He tenido la suerte de contemplar un
¡Ay, cómo te quiero! Un beso en el cuello. Las manos que se
entrelazan. Las sonrisas que saltan al mundo sin hacer ruido y que se
encuentran en un camino sencillo. El estar a gusto. Las risas que
coinciden en el tiempo. El tiempo que se para. La eternidad que se
hace real. A mí se me enternece el ánimo. Estoy solo, frente a
ellas, escribiendo desde antes de que llegaran. Ellas, ajenas a mí,
pero yo, sintiendo que ellas todavía no son normales para mucha
gente en este mundo. Miro por la ventana. La gente sigue de fiesta,
más o menos vestidos, más o menos ruidosos, pero aquí, a mi lado,
dos mujeres están viviendo su profunda fiesta y se están diciendo
sin aspavientos, con palabras sencillas, que se quieren. Sus miradas
destilan amor, ternura, vida. Las manos que acarician se extienden
hacia los brazos con suavidad, con una exquisita delicadeza, como sin
querer que se note demasiado. Luego, bajan a las piernas. Hay un beso
pedido que se concede con rapidez, con mucho cariño, con un cruce
calidísimo de miradas y con alegría. ¿Quién puede ir contra esto?
A ti no te van a pedir besos esta noche
cuando te entregues al sueño, pero tú deberías darlos a todas
aquellas personas a las que sabes que les vendría bien. Hazlo. Tu
mente te lo agradecerá. Y ellas, también. Buenas noches.
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