Hay veces en las que la inteligencia no
necesita más que la mera razón para alcanzar su objetivo, como, por
ejemplo, cuando se aplica a las matemáticas.
Hay otras en las que tiene que usar
palabras impregnadas de sentimientos, como cuando un pelmazo quiere
hacer ver a alguien lo mucho que él vale o cuando se quiere explicar
el contenido de un cuadro.
Y hay otras en las que la inteligencia
no encuentra en las palabras un vehículo útil y tiene que recurrir
a un abrazo cargado de sentimiento o a una sonrisa que resulte
contagiosa o a una lágrima que permita compartir las emociones.
Si estas noche vas a repartir cariño,
hazlo como te parezca mejor, pero hazlo. Buenas noches.
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