Tus brazos dividen el aire y aparece tu cara transfigurada. Tus manos nos muestran un
jardín imaginario a tu alrededor. En tu cara se refleja tu alma
rebosando sentimiento. Tu mirada se hace profunda y sale de todo tu
ser. Tus piernas se convierten en las alas de la gracia. Tus pies
componen sobre el suelo una melodía de sonidos llenos de compás.
Tus hombros son el horizonte que separa el cielo y la tierra. Tu
cuerpo ya no es tu cuerpo, sino parte del cante y de la música y de
tus emociones. Cuando tú, sin tocarme siquiera, logras que mis ojos
se humedezcan, que mi piel se erice, que en mi garganta se anude la
emoción, que mis pies te sigan, que el compás se adueñe de mis
manos, que mi mente se estremezca y que en ella sólo existas tú y
lo que tú haces, entonces es que el arte te ha poseído a ti y tú
has logrado que también me posea a mí. Cuando esto ocurre, no hay
más remedio que ponerse a llorar. Buenas noches.
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