Hay mucho ruido. Son demasiados los
ruidos que interfieren en la vida concreta de todas las personas.
No me refiero solo a quienes hablan
alto en cualquier sitio, a quienes gritan por las calles sin preguntarse si molestan o
no, ni a las motocicletas que tienen que dejar constancia ruidosa de la
presencia de su conductor, ni a los coches de los que salen músicas
simplonas y cansinas a todo volumen.
Me refiero también, y sobre todo, a
ese otro ruido más sutil, aparentemente menos estruendoso, pero más
nocivo, que se desprende de las diarias declaraciones huecas,
mentirosas, tendenciosas, referidas a asuntos abstractos, vacíos y
ajenos a las vidas concretas de los ciudadanos, que abundan en los
medios de comunicación. Leo, por ejemplo, que el presidente de un
partido de derechas español, que votó en su día en contra de poner
un impuesto a la banca, que no quiso subir ni las pensiones ni el
salario mínimo interprofesional, que se opuso a la ley de vivienda,
a la reforma laboral y a todo lo que suponía un avance para los
ciudadanos, dice ahora que hay que hablar de “las cosas del comer”.
¿A qué se referirá? En lugar de hablar de las listas de espera
enormes que hay en la Sanidad y que afectan directamente a la salud y
a la vida de los ciudadanos, anda pregonando que se rompe España, no
respetando a un presidente de Gobierno legítimamente y
democráticamente elegido por los españoles, quitando de sus
programas de acción, allá donde gobierna, cualquier referencia o
subvención a las organizaciones que luchan contra la violencia de
género o negándoles un bono de comida a los hijos de madres
solteras.
Todo este ruido hace que quienes, por
las razones que sean, no usan la cabeza para situarse en el mundo, se
entretengan con estos soniquetes vacíos, se entreguen a ellos y no miren lo que de verdad
y de manera concreta afecta de lleno a sus vidas.
Hay muchos que creen que vivir es
sufrir fatalmente, sin remedio, unas adversidades que son fruto de
quienes ellos no saben que no tienen la culpa. No sé si algún día se darán cuenta de que la responsabilidad es de aquellos
ruidosos vacuos a los que votan.