Esta noche no voy a encender fuego para
hacer una hoguera, por prudencia y por el calor. Pero sí voy a hacer
una hoguera metafísica, porque hay que ahuyentar muchos malos
espíritus, prescindir de muchas maldades y purificarnos todos el
alma, o sea, la mente.
Con todo el cariño humano posible voy a quemar
simbólicamente en esa hoguera a quienes matan, hieren, torturan y
usan la sangre, el dolor y la vida de los demás para conseguir sus pobres y
sucios fines; a los pobrecitos creyentes en el “todo vale”, “lo
único que importa es el dinero” y groserías de este tipo; a quienes interrumpen o hacen ruidos prescindibles cuando alguien
habla, bien para empequeñecer su discurso, bien para poner su
enflaquecido ego en el centro del mundo, que es lo que creen -¡los
pobres!- que necesitan; a quienes, en un descuido, perdieron la ética
y, por tanto viven como pobres animalitos antropomórficos, haciendo
de los caprichos, del vivir sin pensar, del interés o de la
conveniencia los únicos motivos de actuación; a quienes, porque es
lo que se ha hecho siempre, se afanan en tener hijos, pero luego, los
pobres, no los educan como seres humanos; a los pobrecitos que juegan
impunemente a ser fascistas y obligan a los demás a
hacer lo que ellos quieren, a pensar como ellos creen que piensan y a
impedir que cada uno sea como es, para que reproduzcan las
brutalidades que se les ocurran; a los pobrecitos que tienen que
hacer un uso privado de lo público y escuchar la televisión en el
móvil en el restaurante o charlar sus cotilleos en el museo delante
del cuadro que hay que ver, pero no miran, o gritar y fumar en las
terrazas, a escasos centímetros de donde estás; a quienes se
olvidaron de que en su humanidad real y vital están los otros y el respeto a los
otros, y los pobres cayeron en el basto individualismo que les
llevará en su día a quedarse solos; a los pobres buleros que sacan,
desde los sucios y bajos fondos de su ser, las mentiras más útiles
para sus intereses particulares; a los pobrecitos que, desde su
lamentable ignorancia, se refugian en los negacionismos, sea del
cambio climático, de las vacunas o de lo que se les ocurra, sin
pensar, ni por error, en las consecuencias para los demás de lo que
defienden; y a Trump, a los miles de Trumps que habitan el mundo y a
los millones de pobres acomplejados Trumpitos, Trumpitas y Trumpetes
que te encuentras al doblar cualquier esquina.
Es posible que después
de la quema me quede, ¡pobre de mí!, casi en soledad, pero es lo
que hay. Y espero no quemarme yo.