El
vídeo que se adjunta es una muestra más de la impresentable forma
de ser de doña Esperanza Aguirre Gil de Biedma, Condesa consorte de
Murillo, Grande de España y, circunstancialmente, presidenta de la
Comunidad de Madrid.
En
lo tocante a las formas, la señora presidenta se muestra, en este
caso y en muchos otros, como una persona soez y maleducada. Estas
formas parecen denotar una chulería castiza impropia de una persona
pública con responsabilidades de gobierno, sobre todo porque la
chulería y la imprudencia son vecinas y generalmente residentes en
lugares no muy recomendables. Dado que los ciudadanos menos dados al
análisis de sus conductas suelen reproducir miméticamente lo que
ven en televisión que hacen y dicen los personajes públicos, la
señora presidenta debería horrorizarse no sólo ante este caso,
sino ante tantos otros en los que se muestra cercana a la
chabacanería, como cuando habla de los funcionarios, de los
profesores, de los partidos finales de la Copa de fútbol o, incluso
de sus colaboradores, a los que llama burros en un alarde desgraciado
de gracia popular. Quizá sea este el modelo de ciudadano que quiere
implantar en la sociedad. Cualquiera sabe.
En
cuanto al contenido, la señora presidenta parece que no tiene
tampoco ningún inconveniente en mostrar su ignorancia sobre
cualquier tema. Con un gusto mal construido, una sensibilidad
impropia de su lugar en la escala evolutiva, una horterez que le sale
por las costuras y unas expresiones de cateta irredimible, opina
sobre todo lo que se le ponga delante, sepa o no algo de ello. Y esta
vez le tocó a la arquitectura. Tiene el mal gusto de ir juzgando por
ahí, en lugar de procurar aprender de lo que ve. Y, además, lo hace
de la manera más grosera y menos delicada imaginable y jugando con
conceptos tan poco afortunados como la pena de muerte, que ahora le
da por pedir para los arquitectos. Luego, no pide que los posibles
ofendidos la disculpen, sino que se disculpa ella sola, puesto que
ella es quien es y puede decir y desdecir cuanto le venga en gana. Ya
se le olvidó, imaginamos, lo mal que le sentó que los estudiantes
desearan que se muriera en la inauguración del curso escolar, porque
con sus palabras empeoró la cuestión: no es lo mismo desear que
alguien se muera que querer aplicarle la pena de muerte, aunque no se
sabe si la señora presidenta, a la que hay que tolerarle todo, pero
que ella, en cambio, no tolera más que lo que le interesa, tendrá
la sensibilidad suficiente como para captar el matiz.
La
señora presidenta parece que tiene el poder incrustado en todas y
cada una de sus células y cree que eso le lleva a poder hacer y
decir todo lo que le dé la gana, tenga o no tenga sentido, haga daño
o no lo haga, dé muestras de un comportamiento ejemplar o de una
actitud reprobable. Ella es el poder y considera que con su libertad
todo lo puede, pase luego lo que pase. Es lo que tienen los
neoliberales profundos.