Cuando la complejidad de la realidad se hace patente y
la ignorancia es incapaz de hacerle frente, surgen unos personajes,
lógicamente sin complejos y sin conocimientos, que, sin embargo,
creen que lo saben todo, que están por encima de la ley y que ellos
lo pueden todo. Suponen que están tan seguros de sí mismos que
confunden la realidad con la imagen que de ella les da su odio a casi todo.
El odio es una verruga que les salió
en el alma el día que se dieron cuenta de que los otros también
tienen derecho a existir, y a existir humanamente bien, y que debían
compartir con ellos una parte de sus beneficios.
Estos atrevidos ignorantes, capaces de
todo lo que les dé dinero o les encienda la llama del odio hacia lo
que les moleste, se envalentonan cuando se hacen evidentes sus
egoístas intenciones o cuando pierden la ocasión de acaparar
riquezas, cosa para la que creen tener una libertad absoluta, caiga
quien caiga. Sueltan, entonces, a la vista de todos su arsenal de
mentiras, bulos, disparates e infundios, y los menos dotados de esa
forma de inteligencia que es el sentido crítico corren veloces
montados en sus rencores a creerse esas excrecencias antes de que
alguien logre desmentirlas.
A los buleros les interesa tener a la
población confundida, sin que puedan agarrarse a ninguna certeza.
Así, con un rancho frecuente de falsedades simples bien elegidas,
podrán manejar sus voluntades y facilitar su camino hacia la
salvación mediante la ansiada explotación. Sus adeptos, ciegos
también por el odio inoculado, caen como moscas en la red de bulos
tendida y se deslizan cuesta abajo hacia su paulatina pobreza y su
imprevista soledad, aunque ellos no la quieran ver.
Cree en los buleros y te sacarán hasta
los ojos.