Santiago Carrillo siempre me pareció
un referente, sobre todo en los últimos tiempos, en los que hablaba
las tardes de los lunes en la SER. Era alguien a quien había que
escuchar para encontrar alguna idea que nos ayudara a situarnos en
este complicado mundo en el que intentamos vivir.
Yo suelo distinguir entre el anciano y
el viejo. Ambos tienen muchos años, pero la diferencia está en la
frescura de la mente. El anciano es capaz todavía de criticar, de
analizar la realidad, de pensar en cómo deberían ser las cosas,
aunque él no tenga fuerzas para aportar demasiado. El viejo, por el
contrario, ya se paró y sólo mira al pasado, que siempre cree
mejor. La vejez es la gran tentación que tenemos todos. Por eso,
para no caer nunca en ella, siempre me ha gustado escuchar a ancianos
gloriosos, a seres humanos dignos de ser tenidos en cuenta para
pensar con detenimiento en lo que dicen. Son los casos de José Luis
Sampedro, al que he tenido la fortuna de conocer personalmente, de
José Saramago o de Santiago Carrillo.
Salvo que se tengan las ideas demasiado
teñidas por los propios intereses, creo que hay que reconocer que
Carrillo fue un luchador empeñado en construir una sociedad mejor.
Nada más lejano a él que la figura del egoísta. Militó en donde
quiso o en donde pudo. Intentó ser libre. Cualquier español sensato
sabe que le debemos mucho en la construcción de la democracia que
tenemos, aunque la estemos destrozando cada día. Su inteligencia se
demostraba en su sentido del humor, en su sorna y en su socarronería.
Su valentía y su dignidad la evidenció sin esconderse el 23 de
febrero de 1981. Su capacidad de análisis la manifestó en una
multitud de artículos que publicó a lo largo de su vida. Su lucha
por la justicia la vivió en su militancia y en su larguísimo
exilio. De su generosidad en la época de la Transición vivimos aún
hoy los españoles.
Me salen palabras de agradecimiento,
imposible de transmitir ya, hacia Santiago Carrillo. Siento que cada
vez que se va un grande, al menos yo me quedo más pequeño. Espero
que el espíritu de lucha que siempre tuvo este hombre perviva
durante mucho tiempo.