No lo busques en el DRAE, que no lo trae. Pero terminarás comprendiendo lo que significa estar ascojonado.
Veníamos de tomar unos caracoles en La Huerta de Lleida e íbamos a comprar té a Bomec, una de las mejores tiendas de tés del mundo, en la calle de San Joaquín, perpendicular a Fuencarral. Caminábamos por la Gran Vía, a la altura del edificio de Telefónica. Hacía el calor de la mediatarde de un día de mucho calor en Madrid. Por la calle paseaba bastante gente, como casi siempre ocurre en la Gran Vía.
Íbamos a cambiar de acera cuando en la zona de espera del semáforo oímos uno gritos y un cierto alboroto. Lo que vimos fue a una guardia de seguridad de un establecimiento enfrentada a una chica joven, de menos de veinte años y más baja de estatura que la guardia. Aquélla vestía bastante bien, sin rotos ni zurcidos, y la guardia llevaba una porra y correajes y botas y escudos por la camisa, pero la chica joven le estaba gritando desde debajo de su barbilla de una manera desaforada e intimidatoria, con la misma firmeza y la misma convicción con la que una actriz puede estar representando el papel de su vida. Le decía: “A mi hermana no la tocas ¿eh?” “Tú no eres quién para tocar a mi hermana” “Tú eres una hija de puta”. Y en cada frase, la fuerza que le suministraba al grito hacía que sus talones se alzaran unos centímetros del suelo. La presunta hermana estaba ya en la acera de enfrente y los coches estaban circulando ya por la calzada. La guardia de seguridad, atónita, como indefensa y sin saber qué hacer, miraba desde arriba a la joven que gritaba. No sé si pasaría por su cabeza la idea de agarrar a la chica por la nariz y llevarla al establecimiento o si pensaría en pedir refuerzos para doblegar al enemigo. El caso es que, como parecía que no sabía qué hacer, no se atrevió a hacer nada, salvo proferir una especie de amenaza del estilo de “Vas a ver tú ahora” y dirigirse al interior del local en el que ejercía sus desconocidas e inoperantes funciones. Luego, desapareció.
(continuará)