lunes, 2 de febrero de 2009

Lo que hay que ver / 6 / Bacon



Del 3 de febrero al 19 de abril se va a poder contemplar en el Museo del Prado una grandiosa exposición sobre el pintor Francis Bacon (1909 – 1992).

La conmemoración del centenario del nacimiento del pintor ha movido a la Tate Britain de Londres, al Metropolitan Museun of Art de Nueva York y al Museo del Prado a crear esta exposición itinerante que nos llega tras haber sido expuesta en Londres y que posteriormente viajará a la ciudad americana.

Bacon estuvo muy ligado a España. De hecho, murió en Madrid. En el Prado pasaba largas horas, cuando el Museo estaba cerrado, contemplando las salas dedicadas a Goya y a Velázquez. Y la poesía de Lorca inspiró sus cuadros sobre las corridas de toros.

La pintura de Bacon es un duro y honesto intento de comprender la condición humana. Si uno se acerca sin prejuicios a sus cuadros, se detecta la angustia reprimida y violenta que se muestra en los gritos, la fragilidad del ser humano, su vulnerabilidad, la presencia constante del miedo en la brutalidad de la vida cotidiana, de la soledad y de la muerte. Su homosexualidad, que le hizo llevar una vida difícil, y su tormentosa relación con Peter Lacy, un alcohólico violento, inspiran su obra, al igual que su último compañero, George Dyer, un hombre frágil y patético que se suicidó en 1971, dos días antes de que Bacon inaugurara una gran exposición suya en París.

La pintura de Bacon exige una mirada cómplice para que tanto la técnica como la temática de sus cuadros penetren en el espectador y se pueda captar la belleza de su trágica visión de la vida del ser humano.
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Puedes leer los comentarios que hay en la página del Museo del Prado, que son muy útiles para comprender cada una de las secciones de la exposición.

domingo, 1 de febrero de 2009

Leer y escribir

Lo dice hoy Juan Cruz en su blog:

Escribir es grande, leer es aún mayor.

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Grandes Cortos / 2

El primer premio del Festival Internacional de Cortos de Cine del Aljarafe “Espartinas de Cine” de 2008 lo obtuvo el titulado “Porque hay cosas que nunca se olvidan”.


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sábado, 31 de enero de 2009

Paz. No a las guerras

Te sugiero. Te invito. Casi te pido que visites el blog de Falsirego. Huele a paz, a humanidad, el mejor olor posible.

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Paseando por la vida / 37 / Síntesis



Las advocaciones de las vírgenes dentro de la religión católica suelen estar referidas a aspectos negativos, angustiosos o tristes de la vida humana. En este caso, estamos ante una calle de La Isla de San Fernando, posiblemente dedicada a 'María Santísima de la Amargura'. Sin embargo, el autor del rótulo ha considerado que es imposible introducir tanta palabra en un espacio tan pequeño, con lo que ha hecho una tremenda labor de síntesis reduciendo todo el título a una sola palabra que ha considerado suficientemente significativa. Lo que ocurre es que en estos tiempos que corren, un visitante de otra cultura que observe tal título se llevará sin duda la impresión de que hay una manera rara de rotular las calles.



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viernes, 30 de enero de 2009

Demagogos

Un comentarista del blog de Juan Cruz, Odón Roca, cita una frase de Karl Kraus que merece ser conocida. Es la siguiente

"El secreto de la demagogia es parecer tan tonto como su audiencia para que
esta gente se piense a sí mismos tan inteligentes como el demagogo”

Esta idea quizás ayude a explicar por qué a veces oyendo a algún político parece que te trata como si fueras tonto.


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jueves, 29 de enero de 2009

Fotografxs / 3 / Pierre Gonnord


Retomo hoy la serie de fotógrafos interesantes para mostrar la obra del francés afincado en Madrid, Pierre Gonnord. Tuve la suerte de contemplar su obra el año pasado en Sevilla y en la Galería Juana de Aizpuru, de Madrid. Dos experiencias gozosas.

Gonnord hace una fotografía psicológica, procurando mostrar el alma del fotografiado. No muestra personajes comunes, sino tipos raros, con algo distinto en el rostro que pueda sugerir una personalidad de interés. Pero siempre los dignifica. Por muy excluidos que parezcan, el fotógrafo les da un aire de nobleza que nos hace olvidar su origen o su posición para resaltar su carácter humano.

La técnica que usa recuerda la de los grandes pintores barrocos, con un dominio de la iluminación y de los fondos para que realcen los detalles y la profundidad del retrato.

Las fotografías de Gonnord suelen ser de gran formato, con lo que su contemplación gana en espectacularidad.


La página del autor puede consultarse aquí.

Hay un artículo interesante sobre Pierre Gonnord que puedes ver aquí.

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miércoles, 28 de enero de 2009

Madrid por todo lo alto / 10

El cielo de Madrid es un cielo que, debido a determinadas características orográficas, te ofrece con mucha frecuencia unas estampas insólitas, bellísimas, un verdadero espectáculo que se puede disfrutar casi a diario. Algunos pintores, como Velázquez, por ejemplo, supieron plasmarlo en sus lienzos con una gran belleza.

Pongo aquí algunos fotografías tomadas desde la azotea del Círculo de Bellas Artes.










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martes, 27 de enero de 2009

Limpiando la mesa / 6 / Asombro




Nació en la ciudad en la que las calles, empapadas de olor a azahar, pueden llevarte rápidamente a alguna iglesia barroca, en la cual el lado trágico de la realidad se asocia con el arte bajo el manto de lo que llaman religiosidad. Se formó en la tierra en la que la Ilustración cobró fuerza y potencia con Kant. Ingirió el espíritu de Kant hasta destrozar sus libros a fuerza de subrayarlos, anotarlos, llevarlos consigo y releerlos. Nunca perdió de vista la cuna de la filosofía, el lugar en donde por primera vez se pudo hablar racionalmente de la belleza, de la verdad y de la justicia. Y ahora vive del asombro, de la palabra, de la razón, del pensamiento, convencido de que son los medios con los que un hombre se hace bueno.



Emilio Lledó (Sevilla, 1927), querido y admirado hoy por cualquier persona con sensibilidad y con ánimos racionales, publicaba el pasado domingo 18 de enero, en El País Semanal, un artículo titulado ‘Lo bello es difícil’, en el que glosaba la imponente exposición que hasta el 12 de abril puede contemplarse en el Museo del Prado, con el nombre de ‘Entre dioses y hombres’. Se trata de una colección de 60 esculturas clásicas procedentes del Museo Albertinum, de Dresde, junto con otras existentes en el propio Museo madrileño. Es una ocasión buena y única para admirar, por ejemplo, el “Emperador Clodio Albino” o la espectacular “Ménade de Dresde”.

Quiero resaltar aquí sólo un par de párrafos del artículo de Lledó.



Al entrar en el Prado para recorrer con la mirada la exposición, no podemos por menos de recordar una palabra maravillosa de las muchas que hemos heredado de la
cultura griega y que, espero, no se nos vayan olvidando. Esa palabra es el "asombro" (thaumasía). Parece que fue esta extrañeza ante los misterios del mundo, ante la armonía de los astros, ante la luz y la belleza que podían mostrarnos, lo que provocaba ese asombro. Asombrarse suponía descubrir lo "otro" y saber establecer esa distancia que nos permite entender. Si vivimos saturados de entorno, aplastados de noticias que no queremos o no podemos discernir; si no sabemos intuir esa lejanía necesaria para mirar, para entrever, incluso para tocar lo que nos rodea, estamos en el camino, en el mal camino, de perder la sensibilidad y, por supuesto, la inteligencia. Fue el asombro, la distancia, el no querer dar por hecho nada de lo que observábamos, lo que originó, decían los griegos, la filosofía, o sea, la curiosidad, el apego, la necesidad y la pasión por entender y entendernos.

Una experiencia asombrosa es, pues, la visita a esta exposición de esculturas del Museo Albertinum de Dresde y el Museo del Prado. El primer momento de asombro, de distancia ante tanta belleza, es el que nos lleva a pensar que fueron ellos, los griegos, quienes la inventaron al debatir largamente sobre esa palabra "bello" (kalós), que junto con la "verdad" (aletheia) y la "justicia" (dike) marcaban y nutrían el espacio de la cultura, de la paideia. La cultura, entendida no como un bloque de artes, conocimientos y saberes, sino como un proceso, una construcción encarnada en la estructura natural, la physis; un dinamismo que convertía a ese animal atado a todos los instintos de los otros animales en animal que con el logos, con la palabra, con la capacidad de entender y crear, trascendía los límites de su propia animalidad y entraba así en un territorio absolutamente nuevo, el territorio de lo humano. Y en él, no sólo la palabra nos distinguía, sino también la mirada: el aprender a mirar y, desde esa mirada, descubrir el querer, el amar.


La vida humana o el camino que va desde el asombro hasta el amor.


Amamos el conocimiento, amamos el saber, pero sobre todo amamos la vida. La vida
que nos ofrece el gozo de los sentidos.


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lunes, 26 de enero de 2009

¿Por qué se ofende este hombre?


El ciudadano Antonio María Rouco Varela, cuya única profesión conocida es la de sus creencias, que ya es para echarse a temblar, me está empezando a calentar las castañas.

Cuando el ciudadano Rouco dice creer en dios, yo, que no profeso tal creencia, no me siento ofendido por ello ni por él. Tampoco creo que ninguna persona razonable, sensata, adulta, con un sentido maduro de la democracia, tolerante, ocupada en vivir su vida y que no tenga las creencias que pregona el citado ciudadano se sienta ofendida por que este señor crea en lo que cree.

Cuando el ciudadano Rouco prohíbe a sus seguidores el uso de condones y, en general, de métodos anticonceptivos, yo no me siento ofendido. Me parece una monstruosidad más propia de alguien por quien aún no ha pasado la Ilustración y que, ante el fenómeno del SIDA y el de los embarazos no deseados, se empeña en mirar hacia otro lado, que de personas que ocupan puestos destacados en una organización, aunque ésta sea religiosa. Sé que muchísima gente está en contra de ese disparate, pero no por eso se sienten ofendidos. Allá cada cual con lo que dice y con lo que obedece.

Si toleramos que el ciudadano Rouco crea en lo que cree y que diga lo que dice, ¿por qué entonces el ciudadano Rouco, ante la presencia de autobuses en los que se dice que “probablemente dios no exista”, dice lindezas tales como que “los medios públicos no deberían ser utilizados para socavar derechos fundamentales” o que los creyentes tienen derecho “a no ser heridos y ofendidos en sus convicciones”? ¿Todavía no se puede decir en público que, según alguien, dios no existe, porque quien cree que sí existe se ofende? ¿Tan débiles son esas creencias que la postura contraria se vive como una ofensa? ¿En qué siglo habita este ciudadano? ¿Y en qué siglo quiere que habitemos los demás?

El ciudadano Rouco se atreve, además, con una osadía que linda con el mal gusto, a pedir a las autoridades –que, por lo que se ve, cree que están a su servicio- que “tutelen como es debido el derecho de los ciudadanos a no ser menospreciados y atacados en sus convicciones de fe”.

Quiero que sepa el ciudadano Rouco que yo no me callo ni me voy a callar porque su hipersensible (para lo que le interesa) personalidad se sienta ofendida. Que él no es nadie para decirme a mí lo que puedo decir y lo que no puedo decir. Que me siento con todo el derecho del mundo a expresar lo que pienso y a avisar a mis conciudadanos de lo que me parece una actitud antidemocrática, trasnochada e inhumana. Que si se ofende, que revise con seriedad sus mecanismos psicológicos, porque puede que algo no funcione de manera saludable, racional, cívica o humana en ellos. Que sería bueno que tomara de donde pudiera un poco de sentido del ridículo y, sobre todo, que dejara vivir tranquilos a los demás. Pero ¿quién se cree este ciudadano que es? ¿quién le paga a este ciudadano para que diga estas cosas?

Y a las autoridades civiles les pediría que abordaran de una vez por todas las antidemocráticas normas que regulan las relaciones del Estado con la Iglesia católica. Ya está bien de tolerar lo intolerable.
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