Hoy es un día para recordar que hay que erradicar la violencia contra las mujeres. Muchos son los frentes en los que hay que luchar, pero el más útil -y el más difícil- quizás sea el de la educación. Me refiero a la educación de los jóvenes, pero también a la de todos los ciudadanos. Cualquier persona debe ocuparse durante toda su vida de educarse constantemente si quiere llegar a convertirse en un ser humano.
Y vivir de una manera educada consiste en intentar hacer reales en la sociedad los valores que se consideran importantes. Entre estos, creo que uno de los más necesarios y de los más humanos es el de la igualdad.
El principio de igualdad, que dice que “todos somos diferentes, pero iguales”, debería estar en la base de nuestras ideas y de nuestros comportamientos. Todos somos diferentes, esto es, tenemos un físico diferentes, pensamos de manera diferente y vivimos de una forma diferente, pero, a pesar de eso, todos tenemos los mismos derechos, todos somos personas, todos somos iguales. Cualquier pensamiento o cualquier actuación nuestra deberían estar impregnados de este principio.
Y, siendo realista, en nuestra sociedad el mayor foco de discriminación, de trato diferente al otro, es el machismo. Hay hombres que tienen mucho interés en sentirse superiores a las mujeres, pero sólo por el hecho de ser hombre. Puede que sea un zoquete bárbaro, pero, como es hombre, se cree estúpidamente suprior a las mujeres. Normalmente el machista es un ser humanamente débil, posiblemente bruto, pero que intenta salvar su poca humanidad tratando con brutalidad a las mujeres, para creerse así él mismo que es superior. El machista siempre tiene mucho interés en serlo, porque lo que busca es servirse de la mujer.
Hay mujeres que, lamentablemente, les siguen el juego a los machistas y pierden su dignidad asumiendo la inferioridad que el machista quiere que ejerzan. Son mujeres que puede que arrastren problemas económicos, por no haber estudiado o no tener una profesión o un trabajo, o que su nivel cultural les haga asumir sin problemas ese rol secundario que el machista le quiere endosar. Tienen que saber esas mujeres, y convencerse de ello, que son seres humanos, personas con las misma dignidad, el mismo valor que los hombres, y que no deben soportar un trato vejatorio e impropio de un ser humano. Seguramente toda la propaganda que se haga para tener alerta a estas mujeres en riesgo sea poca. Por eso hay que insistir y avisar de cómo actúa el machista, para tratar de evitar que estas mujeres caigan en las redes de la brutalidad machista.
No olvidemos nunca el principio de igualdad: Todos somos diferentes, pero iguales.
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