Del libro de Beatriz Gimeno, La luz que más me llama, publicado en la editorial Olifante, Zaragoza, 2009, te proponemos aquí estos dos poemas.
A mí nunca me vieron hasta que tú me viste,
me encontraste, o te encontré yo a ti.
La rabia amarilla me brillaba en los ojos
y puedo decir que no aguantaba más la soledad.
Se me hundían los pies, me tropezaba
y apenas levantaba mi estatura,
cuando escuché tu voz entre todas las voces,
alcé la vista y te vi.
En realidad, surgiste de la nada
para poblarlo todo,
para ensanchar mis calles y mis frondas,
construir las ciudades de mis sueños
y mostrarme un paisaje imaginado.
A ti pude enseñarte lo que nadie sabía
-que soy alegre, que gusto de la vida-
y yo aprendí de ti -quién lo diría-
la tristeza más honda que conozco.
A estas alturas de mi vida,
cuando ya cien amantes pasaron por mi cama,
sin aplicar mi ansia ni mi urgencia,
ha tenido que ser este pequeño cuerpo tuyo,
tan parecido al mío,
tan alejado de aquel que yo soñara
el que enroscara las horas en los días,
el que fijara mi tiempo y lo parara.
Después de tanto tiempo, sólo a ti te lo he dicho
y quiero que lo entiendas,
no tengo yo costumbre, ni palabras
sólo la pasta dura de este silencio hosco.
Ahora, lee en mi mano si te busca,
lee en mi celo cuando tiemblo,
lee en lo que callo y no te digo,
en lo que aprendo.
Y tú, amor, dame lo único que busco:
ese pequeño cuerpo tuyo
y enróscalo en mi miedo.
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