Tal día como hoy de 1873 nació Charles Péguy, autor de la obra Oeuvres poétiques et dramatiques.
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El problema fundamental de la vida es un problema ético. ¿Cómo actuar hoy para crear un mundo más humano? ¿Cómo actuar de manera humana para crear un mundo mejor?
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La buena suerte.
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Tal día como hoy de 1818 se publicó Frankenstein, obra de Mary Shelley.
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Estamos lamentablemente viviendo una especie de epidemia de asesinatos machistas, de inhumanidad teñida de virilidad degenerada, de violencia de género sin sentido y sin justificación posible.
Nos brota del fondo de nuestra humanidad una solidaridad, ya imposible, con las víctimas, pero necesaria con sus familiares, con sus amigos, con todos los que se han quedado solos por las muertes de cada una de estas mujeres. Pero creo que este sentimiento de cercanía con el dolor de estas personas no debe ocultar ni evitar lo que me parece más importante, que es el rechazo radical y la condena sin atenuantes ni piedad de la conducta de los asesinos. Son ellos quienes han generado estas muertes y es su desgraciado y delictivo comportamiento el que hay que denunciar y del que hay que prevenir a los jóvenes de hoy, y, también, a los menos jóvenes.
Estamos entre todos haciendo un país de incultos. Un inculto no es alguien que no sabe nada de arte o de biología, sino el que no sabe vivir como debe hacerlo un ser humano. Sales a la calle, lees algunas declaraciones, ves lo que hacen esos llamados políticos que van con descaro a lo suyo, y no encuentras más que brutalidad, seres medio salvajes que hacen lo que les sale de sus más bajos instintos y una ausencia de valores que asusta.
Hay hombres -los machistas- que han perdido o nunca tuvieron la más básica noción de respeto. Como si fueran bestias con aspecto de hombres, consideran que las mujeres no son seres humanos plenos y que no merecen el respeto y la consideración que ellos sí exigen para sí mismos. Les interesa vivir con más comodidades y por eso se creen superiores a las mujeres, con poder para obligarles a que les obedezcan y, si sus planes de les tuercen, a maltratarlas, a matarlas, a asesinarlas. No aspiran a otra cosa que a que les sirvan, naturalmente gratis, que les den placer cuando ellos quieran y que que les rindan obediencia y sumisión.
Hay mujeres que aún no se han dado cuenta de estas maniobras machistas. Viven en un mundo de romanticismo, en el que creen que van a estar enamoradas toda la vida. Han valorado la labia del hombre, su cuerpo, lo fuerte que se exhibe delante de todos y de todas y el interés que parecen tener en ella. No se han fijado en nada más. No se han dado cuenta de que se cree superior, que no dialoga, sino que impone sus criterios, que tienes pequeños detalles violentos, que le gusta ver el móvil de ella, y controlarla, y entrometerse en su mundo privado para ser él quien poco a poco va gobernando. Si ella no tiene autonomía económica, su futuro pronto se irá volviendo negro, y es posible que no se dé cuenta de las maniobras que el hombre efectúa para terminar dominándola.
Hay que educar desde el primer día a nuestros chicos y a nuestras chicas. Se empieza vistiéndolos de distintos colores, creyendo que eso no es más que una costumbre inocente, cuando ahí radica el principio de una educación en la desigualdad. Luego siguen los diversos tipos de juguetes, camiones para unos y muñecas para otras, para que vayan viendo que no es igual el futuro de unos y el de otras. Y luego la desigualdad se dispara con el fomento de la fuerza y la prepotencia en unos y la belleza en las otras. No reciben ninguna referencia a que todos, hombres y mujeres, somos iguales, que tenemos algunas diferencias, pero que no implican que no tengamos los mismos derechos. No se les advierte de cómo empieza el machismo a notarse, con esos pequeños detalles que muestran cómo hay detrás de ellos un ser que, en el fondo, no ama a las mujeres, no quiere el bien para ellas ni ayudarlas a vivir, sino todo lo contrario, que obedezcan, que sirvan y que callen. Tampoco hay un rechazo de los partidos políticos que dicen que no existe la violencia de género, porque prefieren el machismo que practican sus dirigentes.
Una de las peores características de la violencia de género es que no se limita al ámbito sentimental, a las familias. Cualquier hombre que se sienta superior a las mujeres puede aplicar su machismo en un bar, en un comercio, en la calle o donde le venga en gana. Que sean más frecuentes las muertes de mujeres en el ámbito familiar no quiere decir que sea el único en el que hayan tenido lugar.
Tenemos que educar y educarnos todos porque está en juego la vida de muchas mujeres, casi podríamos decir que de todas. Es una cuestión urgente. Una sociedad civilizada no puede soportar el número de mujeres muertas a manos de machistas que soporta la nuestra. La vida de cada una de las mujeres debe estar segura. No puede haber más mujeres muertas por violencia de género. Hay que tomar conciencia de lo que es el machismo, para poder acabar con él. Es cosa de todos, de hombres y de mujeres, de padres y de madres, de profesores y de profesoras. Nadie puede esperar más.
A partir del próximo 1 de enero, el tema del Calendario de Bautista será el de los libros. Cada día se citará un libro que haya tenido algún tipo relevancia en la historia de la cultura y se dará información sobre él. Esperamos que este nuevo Calendario sea de utilidad y del agrado de los lectores, como lo ha sido hasta ahora.
Queremos aprovechar esta ocasión para enviar a los lectores nuestros mejores deseos para el año 2023. Ojalá todos avancemos en el camino de perfeccionarnos como seres humanos y que el mundo sea cada día más un lugar en el que podamos vivir bien y en paz todos y todas.
Tal como está el mundo, el cercano y el lejano, ignoro cómo se podrán vivir estas fiestas desde un punto de vista religioso. No tengo sensibilidad para adoptar esa perspectiva.
Pero tampoco entiendo muy bien cómo se pueden vivir desde una postura no religiosa. Ni el nacimiento del niño Jesús, ni la adoración de los reyes, ni las luces ni el arbolito me dicen a mí nada. Ni el buey. A la mula sí le encuentro algún parangón, pero nada más. Celebrar fiestas con los fascistas circulando por el patio como por su casa, con guerras crueles en el patio de al lado, con sequías y hambres, con médicos maltratados aquí y allá y con todo lo demás me parece que implica un mirar mucho para otro lado. Y tengo mal el cuello para girarlo tanto.
Nos estamos convirtiendo en tradicionalistas sin darnos cuenta. Seguimos las tradiciones y, sin saber por qué, les hacemos caso, sobre todo a algunas de ellas. Y me parece que racionalizar un poco nuestras vidas y pensar en por qué hacemos lo que hacemos no nos vendría mal.
La tradición dice que hay que felicitar estas fiestas. Yo le deseo a todo el mundo que sea feliz no solo en estas fiestas, sino todos los días del año, pero ya alguna vez he puesto aquí que es absurdo buscar la felicidad de una manera directa. Para ser feliz hay que ser un buen ser humano y la felicidad vendrá por añadidura, sin buscarla, aunque tengo la impresión de que lamentablemente eso no le convence a mucha gente. Allá cada cual.
El caso es que esto es lo que hay. Lo único que te digo es que hagas en estas fiestas lo que creas que debas hacer. Y que te salga bien.
Miras lo que hay y ves a personas de dos tipos.
Uno, el de los ciudadanos, políticos y jueces que van a lo suyo, que solo se fijan en lo suyo y que no tienen la menor preocupación por lo de los demás. Para ellos vale todo con tal de conseguir sus objetivos. Por tanto, pueden incumplir las leyes, usar la mentira y los bulos sin el menor inconveniente, confundir a los adversarios con enemigos, dirigir contra ellos las más bajas emociones y poner en práctica todas las técnicas de propaganda necesarias, particularmente las de Goebbels.
Otro, el de los ciudadanos, políticos y jueces que pretenden conseguir el bien de todos, especialmente el de las personas menos favorecidas. Para ellos no vale todo, las leyes se deben cumplir y la verdad debe ir siempre por delante. Creen que las relaciones deben ser limpias y nobles. Saben perder, y cuando ganan, no usan el triunfo en beneficio propio, sino para incrementar el bien de la sociedad.
La gran ventaja de los primeros es que la mentira es un arma muy potente para crear mundos interesados, aunque falsos, que pueden arrastrar a los menos avisados y conseguir metas por caminos por los que los segundos no transitarían jamás.
Podríamos pensar que es la clase pobre, esa que no tiene acceso fácil a la cultura y que tiene que hacer milagros con su economía para intentar vivir como sea, la que ha abandonado la ética. Pero no es así. Sería más acertado pensar que es la derecha, la que solo contempla su propio poder económico e ignora la situación de todos, la que o no sabe nada de ética o no quiere saber nada de ética.
Ayer el Tribunal Constitucional tenía que votar si apartaba de un caso a dos magistrados con mandato caducado y con intereses en la causa. Lo ético hubiese sido que los magistrados hubiesen abandonado la sala y no hubiesen decidido sobre su propio futuro, porque nunca se puede ser juez y parte en ningún caso. Pero no. La ética ha muerto en la derecha. Los dos señores magistrados, no dos indocumentados, sino dos señores magistrados, siguieron en sus poltronas y votaron con total parcialidad y bruta naturalidad sobre sus propios futuros. Dos magistrados del Tribunal Constitucional se olvidaron de la imparcialidad y del intento de objetividad y votaron según sus propios intereses. Y a continuación aprobaron también la intromisión del poder judicial en el legislativo. Están destrozando no solo la imagen que tienen los ciudadanos de la justicia, sino la propia justicia. Y están destrozando la democracia, que confunden con un circo en el que vale todo y en el que lo que hay que perseguir son exclusivamente los propios intereses de los poderosos, no los de todos los ciudadanos.
Los ciudadanos votan a los parlamentarios para que construyan las leyes por las que debe regirse la sociedad. Los jueces deben resolver los conflictos que surjan al aplicar las leyes, pero nunca deben impedir que se hagan leyes en el Parlamento. Hacerlo es una atrocidad propia de regímenes no democráticos. Una vergüenza tener que vivir una situación así. Una vergüenza más de corte totalitario y ultra que arruina la democracia.
Una cosa es la justicia y otra es la ética, pero hay ocasiones en las que ambas cruzan sus caminos, y entonces es cuando hay que entender que la ética está por encima de la justicia. Pero para eso hay que tener un grado de humanidad y de grandeza que esta derecha embrutecida que padecemos no tiene.
¡Qué desvergüenza y qué vergüenza!
Un nuevo día. Otro regalo de la vida. Ahora solo falta no quedarse parado viendo pasar el tiempo, sino montárselo de la mejor manera posible para que resulte un día bueno y agradable para uno mismo y para quienes nos rodean. Estar acostumbrado a saber hacer eso no es otra cosa que tener cultura. Suerte.
Siempre consideré al médico como una persona respetable, como un trabajador importante porque era depositario de un saber que no solo te podía curar una enfermedad, sino que te podía salvar la vida. De hecho, ambas situaciones las he vivido en mi propia existencia.
Sé que no todas las personas piensan así. Pronto empecé a oír casos de agresiones a médicos a manos de gente que se creía poseedora de toda la verdad y de toda la razón. Incluso conocí el caso de un paciente con un peso tan excesivo que le estaba dañando su salud, al que un médico, también grueso, le recomendó adelgazar. El paciente se lo tomó como una afrenta personal. Su orgullo no le permitió admitir que un médico grueso le mandara adelgazar y reaccionó insultándole y pegándole.
Creo que el maltrato a los médicos es un comportamiento propio de personas incultas, que aman poco a la humanidad, que no tienen clara la idea de respeto y que muestran poca consideración con el que sabe. De personas que deberían pasar por un nuevo proceso de educación, porque el que tuvieron no les produjo los efectos deseados. Hay que tener cuidado, como de hecho lo tienen los médicos, con estas personas.
Lo que ha contribuido a bajarme aún más la moral, lo que me ha indignado sobremanera y me ha hecho perder la esperanza en un mundo mejor es comprobar que personas de este estilo, incultas e indeseables, han llegado al gobierno de la Comunidad de Madrid y se han instalado allí para hacer fundamentalmente sus negocios con cualquier asunto y maltratar a médicos, a ciudadanos y a todo el que se interponga en sus planes sin el menor cargo de conciencia.
Hay médicos encerrados, en protesta por su situación, en la Consejería de Sanidad de la Comunidad de Madrid. Al parecer no les permiten ni que les lleven comida. Me parece un trato similar al que recibieron los ancianos de las residencias durante la Covid.
La situación exige una solidaridad que no puede acabar en las palabras.
Un símbolo es una realidad, normalmente física, cuya presencia nos remite a otra realidad, que puede ser de un orden distinto. Por ejemplo, una bandera es el símbolo de un Estado, de un club deportivo o de una hermandad de feligreses. O el color morado, que es el símbolo del movimiento feminista.
Tengo la impresión de que actualmente los símbolos están cobrando más importancia que aquello que simbolizan.
Por ejemplo, como símbolo de un Estado, una bandera representa a los ciudadanos, al territorio en el que viven y a las instituciones que existen en él. Lo que me parece es que hay personas que no se emocionan demasiado con los ciudadanos ni con las instituciones. Quizás algo más con el territorio, pero lo que les hace sentir de verdad “algo” es la bandera.
Con la Navidad ocurre algo parecido. Aquí los símbolos son las luces, el nacimiento o belén, el árbol, las comidas y cenas, las fiestas, papá Noel, los Reyes Magos y los regalos. Todos ellos nos remiten, desde el punto de vista religioso cristiano, al nacimiento de un niño que era dios y que vino a traer un mensaje. Pero ¿qué parece hoy más importante, el mensaje o las luces y los regalos, es decir, los símbolos?
Hubo un tiempo en el que el cristianismo le dotó de un carácter religioso a las fiestas paganas. Las Saturnales romanas, días de exceso y desenfreno, que habían sucedido a las fiestas de fin de año que se celebraban desde unos dos mil años a.C., fueron sustituidas por las celebraciones de la Navidad, también con fiestas, aunque de menor intensidad que las anteriores. Hoy posiblemente hayan vuelto a prevalecer las fiestas -los símbolos- por encima de lo que provoca esas fiestas -el mensaje.
Los símbolos se han hecho fuertes en la actualidad, pero se han quedado algo vacíos, desligados de lo que en un momento dado originó que surgiera el propio símbolo. Las banderas se han separado de la vida concreta de los ciudadanos y de las instituciones. Las luces se han apoderado de las ciudades y se han olvidado del mensaje de la Navidad, hasta en su diseño. Me parece un poco raro, un poco desasosegante todo esto, no porque no se tenga en cuenta el mensaje religioso, que me da igual, sino porque me parece que se ha perdido la costumbre de preguntarse el porqué, la causa de lo que ocurre.
Para aprender hay que desaprender mucho de lo aprendido antes. La tarea de desaprender dura toda la vida. La de aprender, también. La vida de una persona seria es un continuo y razonado quitar y poner. La de una persona poco seria es la de limitarse a reproducir lo recibido.