Tal como está el mundo, el cercano y el lejano, ignoro cómo se podrán vivir estas fiestas desde un punto de vista religioso. No tengo sensibilidad para adoptar esa perspectiva.
Pero tampoco entiendo muy bien cómo se pueden vivir desde una postura no religiosa. Ni el nacimiento del niño Jesús, ni la adoración de los reyes, ni las luces ni el arbolito me dicen a mí nada. Ni el buey. A la mula sí le encuentro algún parangón, pero nada más. Celebrar fiestas con los fascistas circulando por el patio como por su casa, con guerras crueles en el patio de al lado, con sequías y hambres, con médicos maltratados aquí y allá y con todo lo demás me parece que implica un mirar mucho para otro lado. Y tengo mal el cuello para girarlo tanto.
Nos estamos convirtiendo en tradicionalistas sin darnos cuenta. Seguimos las tradiciones y, sin saber por qué, les hacemos caso, sobre todo a algunas de ellas. Y me parece que racionalizar un poco nuestras vidas y pensar en por qué hacemos lo que hacemos no nos vendría mal.
La tradición dice que hay que felicitar estas fiestas. Yo le deseo a todo el mundo que sea feliz no solo en estas fiestas, sino todos los días del año, pero ya alguna vez he puesto aquí que es absurdo buscar la felicidad de una manera directa. Para ser feliz hay que ser un buen ser humano y la felicidad vendrá por añadidura, sin buscarla, aunque tengo la impresión de que lamentablemente eso no le convence a mucha gente. Allá cada cual.
El caso es que esto es lo que hay. Lo único que te digo es que hagas en estas fiestas lo que creas que debas hacer. Y que te salga bien.
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