Miras lo que hay y ves a personas de dos tipos.
Uno, el de los ciudadanos, políticos y jueces que van a lo suyo, que solo se fijan en lo suyo y que no tienen la menor preocupación por lo de los demás. Para ellos vale todo con tal de conseguir sus objetivos. Por tanto, pueden incumplir las leyes, usar la mentira y los bulos sin el menor inconveniente, confundir a los adversarios con enemigos, dirigir contra ellos las más bajas emociones y poner en práctica todas las técnicas de propaganda necesarias, particularmente las de Goebbels.
Otro, el de los ciudadanos, políticos y jueces que pretenden conseguir el bien de todos, especialmente el de las personas menos favorecidas. Para ellos no vale todo, las leyes se deben cumplir y la verdad debe ir siempre por delante. Creen que las relaciones deben ser limpias y nobles. Saben perder, y cuando ganan, no usan el triunfo en beneficio propio, sino para incrementar el bien de la sociedad.
La gran ventaja de los primeros es que la mentira es un arma muy potente para crear mundos interesados, aunque falsos, que pueden arrastrar a los menos avisados y conseguir metas por caminos por los que los segundos no transitarían jamás.
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