El acto tendrá lugar el día 29 de junio, a las 20,15 h., en el Café Gijón, en el que la Presidenta de la Fundación 29 de JUNIO vendrá desde Zaragoza para la entrega.
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El problema fundamental de la vida es un problema ético. ¿Cómo actuar hoy para crear un mundo más humano? ¿Cómo actuar de manera humana para crear un mundo mejor?
"Lo siento, le puedo ofrecer un rioja y un ribera, que son los que tengo abiertos."
El camarero hablaba bajito, pero dejaba bien claro que allí había algo que no marchaba. Por no irme y cargar tan pronto con toda la paquetería pesada, opté por pedirle un ribera. Tomó una copa cutre y me puso un vino calentorro, cuya marca no era conocida, creo yo, en muchos kilómetros alrededor del Duero.
Con resignación laica tomé los vasos y me fui a los taburetes con el ánimo por debajo del estómago. Esto es muy clarificador y puedes comprobarlo tú, estimado/a lector/a. Cuando tu ánimo está situado por encima de la boca del estómago, eres capaz de cambiar el mundo con sólo alzar los brazos y dar un grito de guerra. Pero cuando el ánimo está por debajo de ese límite metafísico, es seguro que algo anda mal y que puede ocurrir lo peor.
Yo, que había entrado en el bar con el ánimo ya por la zona lumbar, zona que soporta mal las bolsas llenas de intelectualidad, me fui a los taburetes con el vino aquel y con el ánimo ya por los gemelos, que tampoco se llevan muy bien con el transporte de la letra impresa.
Pues nada, pensaba yo, nos tomaremos esto -¡y a palo seco, qué disparate!- y nos
iremos a otro lado, o a casa.
Andaba yo reinando en estos planes, cuando veo al camarero que me sirvió – el otro no había concluido aún el Marca- que, en una pequeña tabla que tenía en la entrada de la cocina, estaba partiendo pan y chorizo. El chorizo y yo no tenemos nada que ver el uno con el otro. Vivo mejor sin él y no tengo planes de cambiar esta relación basada, de día, en la indiferencia y, de noche, en el puro rechazo. El caso es que aquel señor de voz tan queda partió dos rodajas de pan y otra dos de chorizo. Tomó un platito, una conchita -atención Argentina, que en España esto es un platito ovalado en donde te ponen una tapa, un aperitivo para acompañar la bebida- y puso allí las dos rebanaditas de pan y encima, con los mismos dedos con los que tomaba el dinero de los clientes al cobrarles la consumición, una rodaja de chorizo y ¡zas! la segunda rodaja fue a parar al suelo. Estoy seguro que esta segunda rodaja me había visto y había renunciado a un destino tan aciago como el de venir a situarse delante de mi para que la ninguneara con mi rechazo frontal.
A mí en estos casos se me dispara el olfato y olí que allí había espectáculo. Me concentré en la escena y observé el desenlace de la jugada. Fue seguramente la crisis, o el recuerdo de los tiempos del hambre, en la postguerra, o la ignorancia, o cualquiera sabe qué profundo resorte fue el que hizo que aquél respetable señor doblara el espinazo, sin siquiera mirar si estaba siendo observado o no, y recuperara del suelo aquella rebelde lonchita de chorizo, la situara encima de su correspondiente rebanadita de pan, en el platito, y que en seguida nos la trajera hasta donde estábamos. Con toda naturalidad y como si no hubiera ocurrido nada, nos depositó aquel manjar en la repisa, junto a la caña y al vinito de la ribera del Duero.
Cuando el tipo se dio la vuelta, el ánimo estaba ya por los tobillos. Y yo no sé si soy demasiado pacífico o demasiado tonto, pero no me apetece montar un cirio en estas situaciones y gastar todas las energía, las pocas que quedaban, luchando con un tipo desconocido que cualquiera sabe por dónde te va a salir. Ya lo he hecho en alguna ocasión -recuerdo una gloriosa, en Alicante- y he concluido que no merece la pena el esfuerzo. Así que pedí la cuenta -tres euros y pico- y nos fuimos a la calle. “Fíjate bien en este sitio...” es la frase clave que usamos para decidir que en ese lugar no se nos ha perdido nada y que por tanto no pensamos volver a él.
De vez en cuando pasan estas cosas. Todavía.
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El avance evidente de la mierda me ha hecho recordar algo que escribí hace unos años y que me parece que no ha aparecido aquí. Como no tengo tiempo para casi nada, aprovecho para traerlo. Habría que actualizarlo, pero las urgencias hacen imposibles las necesidades. Como es largo, va en trozos. Ya me dirás.
Si el PP quería hacer desistir a la gente progresista de ir a votar, lo ha conseguido: comunidades tradicionalmente progresistas como Cataluña se han quedado en casa. ¿Resultado? Como la derecha está muy motivada para votar, ha ganado. De poco sirve entonces que la mayoría de los españoles sean progresistas, porque éstos castigan a sus representantes por sus deficiencias.
El PSOE no ha sabido explicar que la crisis económica actual la ha traído al mundo la política practicada desde Thatcher y Reagan hasta George W. Bush, todos de la cuerda del PP. Y un consejo: que no se moleste la izquierda en sacar trapos sucios de la derecha, pues a los votantes de ésta les importa bien poco la corrupción de los suyos, como cada vez queda más claramente demostrado (véanse los resultados de la Comunidad Valenciana); incluso muchos deben de admirar en secreto a quienes malversan o roban con tanta habilidad...
Pero también queda claro de nuevo que la derecha -que como es bien sabido se identifica en su mayor parte con los católicos- es moralmente inferior a la izquierda -agnósticos y ateos en muchos casos-, que, con razón, castiga la corrupción de los suyos. ¡Que Dios nos coja confesados en Europa.
ÁNGEL CARRASCOSA ALMAZÁN - Tres Cantos, Madrid - 09/06/2009
La cosa Berlusconi
No veo qué otro nombre le podría dar. Una cosa peligrosamente parecida a un ser humano, una cosa que da fiestas, organiza orgías y manda en un país llamado Italia. Esta cosa, esta enfermedad, este virus amenaza con ser la causa de la muerte moral del país de Verdi si un vómito profundo no consigue arrancarlo de la conciencia de los italianos antes de que el veneno acabe corroyéndole las venas y destrozando el corazón de una de las más ricas culturas europeas. Los valores básicos de la convivencia humana son pisoteados todos los días por las patas viscosas de la cosa Berlusconi que, entre sus múltiples talentos, tiene una habilidad funambulesca para abusar de las palabras, pervirtiéndoles la intención y el sentido, como en el caso del Polo de la Libertad, que así se llama el partido con que asaltó el poder. Le llamé delincuente a esta cosa y no me arrepiento. Por razones de naturaleza semántica y social que otros podrán explicar mejor que yo, el término delincuente tiene en Italia una carga negativa mucho más fuerte que en cualquier otro idioma hablado en Europa. Para traducir de forma clara y contundente lo que pienso de la cosa Berlusconi utilizo el término en la acepción que la lengua de Dante le viene dando habitualmente, aunque sea más que dudoso que Dante lo haya usado alguna vez. Delincuencia, en mi portugués, significa, de acuerdo con los diccionarios y la práctica corriente de la comunicación, "acto de cometer delitos, desobedecer leyes o padrones morales". La definición asienta en la cosa Berlusconi sin una arruga, sin una tirantez, hasta el punto de parecerse más a una segunda piel que la ropa que se pone encima. Desde hace años la cosa Berlusconi viene cometiendo delitos de variable aunque siempre demostrada gravedad. Para colmo, no es que desobedezca leyes sino, peor todavía, las manda fabricar para salvaguarda de sus intereses públicos y privados, de político, empresario y acompañante de menores, y en cuanto a los patrones morales, ni merece la pena hablar, no hay quien no sepa en Italia y en el mundo que la cosa Berlusconi hace mucho tiempo que cayó en la más completa abyección. Este es el primer ministro italiano, esta es la cosa que el pueblo italiano dos veces ha elegido para que le sirva de modelo, este es el camino de la ruina al que, por arrastramiento, están siendo llevados los valores de libertad y dignidad que impregnaron la música de Verdi y la acción política de Garibaldi, esos que hicieron de la Italia del siglo XIX, durante la lucha por la unificación, una guía espiritual de Europa y de los europeos. Es esto lo que la cosa Berlusconi quiere lanzar al cubo de la basura de la Historia. ¿Lo acabarán permitiendo los italianos?