Tal día como hoy de 1933 nació György Konrád.
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El problema fundamental de la vida es un problema ético. ¿Cómo actuar hoy para crear un mundo más humano? ¿Cómo actuar de manera humana para crear un mundo mejor?
Lo peor del mal gusto, esa muestra lamentable de una sensibilidad embrutecida, es que abre la puerta del mal. De ella salen con facilidad la mala educación, los malos modos, la falta de respeto, la mala humanidad y un mundo malo.
En la ceremonia de la bofetada hubo tanto mal gusto que quedó eclipsado hasta lo que se iba a celebrar allí. Hubo mal gusto y, por tanto, mala educación, etc., en el chiste demasiado inapropiado que se contó. Hubo mal gusto y, por tanto, mala educación, etc., en la reacción del abofeteador. Hubo también en esta reacción un machismo bruto y antiguo, que demostró que este vicio discriminador aún está empapando las estructuras de la sociedad, digan las tonterías que digan los de siempre. Hubo mal gusto en las palabras con las que luego se intentó la estupidez de ¡justificar la violencia por amor! Las ocurrencias del bruto son insospechadas.
Aquí siempre salen lectores diciendo que no es el mal gusto, es... lo que quieran. Yo prefiero centrarme en el mal gusto porque me parece que eso está al principio, en el plano básico de la sensibilidad, de lo que se es capaz de captar de la realidad. Todo lo demás viene edificado sobre ese buen o mal gusto, sobre una sensibilidad cada día más maltrecha y sobre la que vamos construyendo una vida bruta y un mundo bruto.
El tú era otro yo, tan digno de respeto y de amor como todos,
pero se convirtió en un mero cliente al que había que sacarle algún beneficio.
Las normas eran procedimientos personales con los que tratar a los otros como seres humanos,
pero se transformaron en consignas productivas dadas desde la mesa de dirección.
Los valores eran cualidades admirables y apreciadas, dignas de mantenerse,
pero fueron sustituidos por el dinero; cuanto más dinero, mejor.
Los detalles eran pequeños actos de generosidad que llenaban una vida,
pero se cambiaron por intereses que debían ser satisfechos.
Al sentido del deber, que a veces aparecía en las conciencias,
le sustituyó la conveniencia de hacer lo más rentable.
El deseo antiguo de hacer un mundo mejor para todos,
se trocó en el anhelo del chalé, el coche y las celebraciones.
La libertad para todos, por la que tantos dieron su vida,
viró sensiblemente hacia un hacer lo que a uno le dé la gana.
La igualdad, la columna vertebral de un mundo mejor,
pasó a ser considerada como el sueño ingenuo de quienes no se enteran de lo que hay.
La justicia imparcial y universal, como criterio para dirimir desavenencias,
fue relevada por individuos que sabían ellos mismos lo que había que hacer.
La vida, como construcción de un mundo bueno y equitativo,
fue vista sobre todo como la gran ocasión de divertirse.
El yo, el tú y el nosotros, entre los que había relaciones desinteresadas,
se trocó en el mí, lo mío, lo nuestro, y nada más.
La idea de la muerte, la gran reflexión para todo ser humano consciente,
provocaba una reacción fulminante: ¡Cállate ya! ¡No me hagas pensar! ¡Eres un amargado!