Lo peor del mal gusto, esa muestra lamentable de una sensibilidad embrutecida, es que abre la puerta del mal. De ella salen con facilidad la mala educación, los malos modos, la falta de respeto, la mala humanidad y un mundo malo.
En la ceremonia de la bofetada hubo tanto mal gusto que quedó eclipsado hasta lo que se iba a celebrar allí. Hubo mal gusto y, por tanto, mala educación, etc., en el chiste demasiado inapropiado que se contó. Hubo mal gusto y, por tanto, mala educación, etc., en la reacción del abofeteador. Hubo también en esta reacción un machismo bruto y antiguo, que demostró que este vicio discriminador aún está empapando las estructuras de la sociedad, digan las tonterías que digan los de siempre. Hubo mal gusto en las palabras con las que luego se intentó la estupidez de ¡justificar la violencia por amor! Las ocurrencias del bruto son insospechadas.
Aquí siempre salen lectores diciendo que no es el mal gusto, es... lo que quieran. Yo prefiero centrarme en el mal gusto porque me parece que eso está al principio, en el plano básico de la sensibilidad, de lo que se es capaz de captar de la realidad. Todo lo demás viene edificado sobre ese buen o mal gusto, sobre una sensibilidad cada día más maltrecha y sobre la que vamos construyendo una vida bruta y un mundo bruto.
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