domingo, 27 de marzo de 2022

Evolución




El tú era otro yo, tan digno de respeto y de amor como todos,

pero se convirtió en un mero cliente al que había que sacarle algún beneficio.


Las normas eran procedimientos personales con los que tratar a los otros como seres humanos,

pero se transformaron en consignas productivas dadas desde la mesa de dirección.


Los valores eran cualidades admirables y apreciadas, dignas de mantenerse,

pero fueron sustituidos por el dinero; cuanto más dinero, mejor.


Los detalles eran pequeños actos de generosidad que llenaban una vida,

pero se cambiaron por intereses que debían ser satisfechos.


Al sentido del deber, que a veces aparecía en las conciencias,

le sustituyó la conveniencia de hacer lo más rentable.


El deseo antiguo de hacer un mundo mejor para todos,

se trocó en el anhelo del chalé, el coche y las celebraciones.


La libertad para todos, por la que tantos dieron su vida,

viró sensiblemente hacia un hacer lo que a uno le dé la gana.


La igualdad, la columna vertebral de un mundo mejor,

pasó a ser considerada como el sueño ingenuo de quienes no se enteran de lo que hay.


La justicia imparcial y universal, como criterio para dirimir desavenencias,

fue relevada por individuos que sabían ellos mismos lo que había que hacer.


La vida, como construcción de un mundo bueno y equitativo,

fue vista sobre todo como la gran ocasión de divertirse.


El yo, el tú y el nosotros, entre los que había relaciones desinteresadas,

se trocó en el mí, lo mío, lo nuestro, y nada más.


La idea de la muerte, la gran reflexión para todo ser humano consciente,

provocaba una reacción fulminante: ¡Cállate ya! ¡No me hagas pensar! ¡Eres un amargado!


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