jueves, 2 de junio de 2011

Ya pasó..., creo.


Hay veces en las que la realidad se vuelve simbólica y se carga de una fuerza inusitada. Es como cuando un simple trapo se convierte en una bandera,  que afecta a los ánimos y puede generar conductas insospechadas. Esto me ha pasado hoy en la comida con la que algunos compañeros del Instituto han querido generosa y cariñosamente despedirnos a los 5 profesores que habíamos optado voluntariamente por dejar la enseñanza.
Ya he explicado lo poco dado que soy yo a estos fastos, sobre todo cuando me afectan directamente a mí. Estuve toda la mañana raro, con la cara que vete a saber qué quería decir y con el ánimo preocupado. ¿Estás nervioso? me preguntó Emma, buena amiga y buena profesora, buenísima, y le dije que me sentía raro. Es que no acabo de hacerme a la idea de la nueva casa en la que voy a vivir, de la nueva ocupación –que ni yo mismo conozco- con la que voy a llenar mi vida. Sólo sé que estamos yo y el tiempo, que es la base de la vida, y que mi problema es transformar el tiempo en vida. De alguna forma se hará y ya veremos cómo.


El caso es que nos encaminamos al lugar de autos, un restaurante grande, en donde se come bien, sin que se encuentre uno sustos al final en la factura. Fueron apareciendo los compañeros, los actuales y muchos de los antiguos, algunos de ellos ya jubilados.  Saludos más o menos efusivos, comentarios para ponerse al día, sorpresas en muchos, que no esperaban mi jubilación, y ambiente, en general, cordial.


La presidencia. Aquí empezó el símbolo a crecer como esos monstruos que aparecen en las películas y que parece que se abalanzan sobre uno desde la pantalla. No se podía elegir el sitio en el que sentarse. El destino me había situado allí, en la presidencia. Cuatro personas felices y yo, estúpidamente dubitativo, problematizado, ni triste ni feliz, sino todo lo contrario.
Comimos, bebimos, hablamos, reímos, qué bien, hasta que llegaron algunos compañeros con unas bolsas con unos regalos, que eran también símbolos de que todo estaba ya hecho. Un e-book  y una botella de ribera del Duero. Un buen detalle, un buen recuerdo, un espléndido gesto cariñoso que agradecí y agradezco de manera muy sentida.


En previsión de posibles situaciones difíciles, le había dicho yo al director, días atrás, que hablara él, que es de mucho hablar, en nombre de los cinco, cosa con la que estuvo de acuerdo. Pero las emociones fuertes creo que afectan a la memoria y, aunque se levantó enseguida a hablar, dijo lo que le pareció, pero en su nombre y sin ninguna referencia a los demás. Habló de su abuela –me parece- y de su pueblo y de no sé qué más, le aplaudieron y se sentó. Se le notó que estaba a gusto de jubilado y todos quedaron conformes. Luego tomó la palabra Bautista, grandísimo profesor de Griego y de Latín. Fue breve como un tropezón. Dijo que se sentía muy querido, le aplaudieron y se sentó. También parecía muy contento, con serenidad, pero contento. Luego fue el profe de Matemáticas. Se sacó del bolso un papel, un folio escrito por las dos caras, lo leyó, le aplaudieron y se sentó. No sé lo que dijo porque, aunque lo tenía a dos plazas de mi sitio, hablaba muy bajo y no me enteré. Me imagino que estaría bien. También quedó con cara de satisfacción. Quedábamos Cristina, la profesora de Francés, y yo. Con toda la intención le dejé que empezara ella. Le dijeron que podía hablar en francés y creo que eso le vino muy bien porque lanzó una parrafada en ese idioma, con gestos muy convincentes y dicción muy serena, que produjo grandes aplausos en la concurrencia. No puedo decir de qué habló porque no sé francés y, sobre todo, porque ya sólo quedaba yo. Sólo quedaba yo solo, teniendo que sellar en público mi jubilación. Como en las bodas, que tienes que decir públicamente que quieres a tu pareja. No me podía escapar.
Me levanté. Creo que fui yo el que me levanté. Una vez de pie intenté convertirme en actor, como en clase, como cuando hay que dar un espectáculo ante la clientela haciendo que Kant hable por mi boca, y luego Nietzsche, y luego el que toque. Sólo que aquello era más difícil, mucho más difícil, porque, junto a unas ideas que había pensado por la mañana, por si acaso, habían aparecido en el estómago, o en el corazón, o en algún lugar de por ahí dentro unas emociones paralizantes, incontroladas, bombeantes que no me hacían ninguna gracia.  Puse las manos en sendas botellas que había por allí, dando una imagen seguramente grotesca y mostrando sin ningún disimulo que en algún lugar había que apoyarse. Y hablé.


Hablé con la voz fuerte, como habitualmente lo hago. Callaron enseguida. Los muy malvados tenían ganas de espectáculo y querían ver por dónde salía. Salí por donde no tenía pensado hacerlo: “Cuánto tiempo ha pasado ¿eh?”. Y empecé por pedir disculpas por las consecuencias de todos los posibles errores que hubiese podido cometer en toda mi vida profesional. Estoy seguro de que alguno cometí, pero más seguro aún estoy de que hay quien cree que lo hice. Me pareció elegante comenzar así y lo hice porque quería decir eso. Luego, me pareció justo agradecer a todos los que me habían  ayudado a llegar hasta allí, a los que me habían enseñado algo útil para las clases, a los que me habían dado su tiempo, incluso su sonrisa por un pasillo. La cosa iba bien o, al menos, así me iba yo animando para seguir. Abrí, a continuación, la puerta del futuro comparando lo que me había encontrado yo al llegar a la enseñanza con lo que veía ahora. Mi conclusión fue que todo seguía estando por hacer: había que buscar una administración a la que le importara de verdad la enseñanza, había que modernizar los métodos, había que dejarse de aulas de informática para introducir la informática en las aulas y había que eliminar la práctica individualista para adoptar estrategias comunes que mejoraran no sólo la disciplina, sino también la comprensión lectora, la ortografía, etc. Todo esto lo dije con ánimo. Me descubrí gesticulando, lo cual era señal de que había dejado de apoyarme en las botellas. Me quedaba poco que decir. Estaba llegando a la cumbre y este happening obligado y no querido estaba saliendo decentemente. Dije:
“Este oficio es duro, muy duro, pero tiene una ventaja: que se le puede encontrar sentido. Son los alumnos”.


Y ahí me rompí. Todas las tensiones del cuerpo, todas las emociones del alma, todas las contradicciones vividas en los últimos meses se concentraron en la Puerta del Sol de la garganta y me impidieron seguir. Una terrible amenaza de lluvia me llegó a los ojos y me senté. Estaba casi paralizado. No pude decir que si algo había aprendido a lo largo de mi vida en la enseñanza es que lo más importante son los alumnos, que lo que haces lo haces por ellos y para ellos y que nunca había que cambiar esa intención si no queríamos desvirtuar la enseñanza, que los alumnos son los que convierten el acto educativo en un acto humano. No dije nada de esto porque no pude, pero mi subidón emocional posiblemente hizo algo de efecto, lo cual, luego, me tranquilizó un poco.
Noté que al final algunos de los asistentes estuvieron más cariñosos conmigo que al principio, lo cual me gustó. Estuve hablando con un antiguo compañero de departamento. Noté que tenía la necesidad de saber cómo se sentía una persona que se jubilaba y me preguntó muchas cosas. Yo notaba que hurgaba en mi herida, pero no me importó, porque si algo he echado en falta han sido las experiencias de otros que ya vivieron lo que me tocaba vivir a mí. Casi todo me lo he tenido que inventar yo y eso es muy duro. De manera que en un par de ocasiones se me volvió a cerrar la garganta y el surtidor de los ojos funcionó levemente más de una vez. El muy cachondo me dijo que nunca había visto a un jubilado así, tan carente de entusiasmo por su nueva situación, y que se veía él con más actitud de jubilado que yo. El problema estaba y está no en que yo no tenga entusiasmo, sino en que lo tengo partido por la mitad. Una parte me acerca a los alumnos y la otra me aleja de ellos. Ese es mi problema.



Índices del estilo de vida



Hay algunos detalles muy significativos del estilo de vida que llevamos. Por ejemplo, si solemos estar alegres o no, si nuestra sensibilidad aumenta o disminuye, si tenemos ganas de mostrarnos cariñosos o no con la gente, si preferimos hacer algo o no hacer nada, si el tiempo nos pasa muy deprisa o muy despacio o si tenemos unas ganas tremendas de vivir o no.

miércoles, 1 de junio de 2011

Grandes personas


Las buenas personas están cerca de la gente cuando se las necesita. Las grandes personas saben estar cerca de las personas, de las necesidades concretas de cada persona.

martes, 31 de mayo de 2011

Jubilación


Mañana día 1 de junio compañeros actuales y antiguos nos ofrecen una comida a los cinco profesores que hemos optado este año por jubilarnos voluntariamente.

Reunirse para comer y pasar un buen rato siempre es agradable y por eso les quiero agradecer la iniciativa. Lo que ocurre es que yo soy más bien raro, más bien torpe para algunos ritos sociales y más bien soso con los actos que no acabo de entender. Y como este es uno de ellos, ando con el ánimo escindido entre el no tener muchas ganas de darle vueltas al tema de la jubilación y el no querer pasar por desagradecido con unos compañeros que organizan y participan en este acto con su mejor intención.

En mi trayectoria vital, una de los objetivos que pretendo es el de incrementar mi sensibilidad para todo aquello que suponga un aprendizaje, un crecimiento, una experiencia enriquecedora, un avance en mi humanidad. Pero jamás he tenido sensibilidad alguna para los momentos únicos en la vida. Siempre recordaré la víspera de la Jura de la Bandera en el cuartel en el que hice el servicio militar. Un brigada o un sargento, no me acuerdo bien de este detalle porque nunca llegué a dominar el código de los galones, con un vozarrón tremendo, al igual que su carácter, a los que andábamos allí dispuestos a lo que fuera menester nos gritó que si el día de la Jura no nos emocionábamos, no nos emocionaríamos nunca. Yo no me emocioné y no viví esta ausencia de sentimiento de manera demasiado impactante, salvo que el trance me aportó un granito de arena más en mi autoconsideración como un ser un tanto raro. Lo mismo me pasó –bueno, quizás fuese aún peor- el día de mi boda, o el día que saqué la oposición o, en general, los días que parecen señalados como irrepetibles. Siento más emoción con lo que ocurre en un día normal que con lo que viene ya de antemano cargado con una necesidad de vivencia fuerte. De hecho, lo he pasado mucho peor, con mucha más carga emocional, en los preparativos de la decisión de jubilarme que ahora.

Entiendo perfectamente que para muchos la jubilación sea un momento alegre y deseado. La génesis del término parece abonar esta teoría. En efecto, la etimología de jubilación es posible que sea doble. Por una parte, procede del latín jubilare, que significa dar saltos de alegría, emitir iubilis, gritos de gozo, como los que proferían los pastores y los campesinos en los ratos de fiesta. Tanta alegría y tanto escándalo hace referencia a que se cesa en el trabajo, palabra de origen también curioso, pues procede del latín tripalium, un instrumento de tortura formado por tres palos, del que se colgaba al esclavo cuando se le quería azotar. De tripalium viene trabajo, una tortura y un sufrimiento de los que se huye con saltos y gritos de alegría en la jubilación.

El otro posible origen de jubilación viene por la línea hebrea. Establecieron los hebreos que, tras 49 años de trabajo (7 veces 7), debería venir uno de descanso, un año jubilar, cuya celebración comenzaba con el sonido de un yyobel, un cuerno de cabra que daba paso a la fiesta.

Torturas, sufrimientos, cabras, pastores, todo esto, junto con su simbología, me cae bastante lejos de mi vida concreta.

En realidad, ahora me siento como en una nube. No sé qué cara poner. Si se trata de sentir alegría, no siento demasiada: un poco sí, por huir de algunos aspectos desagradables, y un poco no, por dejar lo bueno de este oficio. Y si sintiera tristeza, no creo que encima haya que ir a una comida de tristes a no se sabe muy bien qué. Si se trata de una comida de despedida, me parecen conceptos contradictorios, puesto que las comidas son alegres, mientras que las despedidas son tristes.

En fin, que agradezco muy de veras el acto, porque sé que está pensado con una buenísima actitud, que espero que no se abra demasiado el cajón de las emociones rebosantes, que no hacen más que incordiar, y que los que han organizado este evento no salgan defraudados. Espero que no se les ocurra llevar un cuerno de cabra y que, encima, mis colegas empiecen a dar saltos de alegría y gritos de júbilo.

Según sea tu ética, así será tu estética




Con la ética descubres un modo de pensar y de vivir tu vida que te hace ser tú, y no otro, en medio del mundo.  A lo largo de toda la vida hay que ir perfilando la ética, matizándola, mejorándola, profundizándola, humanizándola.

Con la estética transmites a los demás algo de tu ética, de tu modo de vivir. Tu estética es una especie de símbolo de tu ética.

Muchas veces, en las campañas electorales, basta con mirar los carteles para darse cuenta de cómo piensan los políticos.

lunes, 30 de mayo de 2011

Ya queda menos



Qué tiempos aquellos en los que había buena voluntad, cuando se trabajaba para construir, cuando se procuraba que se hicieran reales los valores nobles y generosos, en donde con toda claridad lo común se ponía por encima de lo particular y en donde la voluntad de servicio se daba por supuesta.
Eran tiempos en los que, de entrada, todos tenían un poco de razón y en los que tu problema era también parte de mi problema.

Eran tiempos en los que se miraba el horizonte con alegría, con ilusión, en los que los abrazos salían con espontaneidad del alma y en los que el ser humano andaba por el camino de convertirse en ser humano.
Eran tiempos que nada tenían que ver con la mierda actual, asfixiante, injusta, enferma y deshumanizante.

Tiempos que no volverán. Pero, justamente por eso, habrá que construir un tiempo nuevo, en el que aparezca un ser humano nuevo, en un mundo nuevo, con un horizonte nuevo y una vida nueva.
No hay que cerrarse. No hay que pensar que todo está ya hecho. Nunca pienses que tú eres ya tú. Queda mucho aún por inventar, por crecer, por vivir. Ya queda menos.