Tal día como hoy de 1863 nació Gabriele D'Annunzio, autor de
Primo vere.
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El problema fundamental de la vida es un problema ético. ¿Cómo actuar hoy para crear un mundo más humano? ¿Cómo actuar de manera humana para crear un mundo mejor?
Tal día como hoy de 1863 nació Gabriele D'Annunzio, autor de
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Pero la igualdad no acaba aplicándola sólo a las mujeres. Es mejor hablar de igualdades concretas que de la igualdad abstracta. Pasa lo mismo con las libertades. Hay una igualdad concreta que me parece que en un país como el nuestro, que tanto le debe al turismo, se debería cuidar más. Me refiero al trato desconsiderado que en bastantes bares y restaurantes se les da a los extranjeros. Conozco establecimientos en los que se trata con el mismo respeto a todos los clientes, sean de donde sean. Pero también hay otros en donde las cosas no son tan agradables. Hace tiempo que lo comprobé en un afamado restaurante de Sevilla, en el que no he vuelto a entrar desde entonces. Y me ha ocurrido ahora en el restaurante más antiguo del mundo, según el libro Guinness, el llamado Botín, en Madrid. Miré la carta con los precios y pensé ingenuamente que, a pesar de su orientación turística, ofrecerían calidad. El resultado fue, dicho finamente, un desastre. Para quienes comimos allí, como si hubiese dejado de existir.
Te recibe un señor enchaquetado con un “Buenos días, don Manuel”, “Acompáñeme, don Manuel” y mucha reverencia hasta que quedas en manos de algún camarero, que desde lejos te señala la mesa que te han asignado y te aclara que es “aquella de allí”. Cuando llegas a ella, no te preguntan si quieres algo de beber antes de comer, porque parece que tienen siempre prisa, posiblemente para organizar más turnos. Al poco de sentarte ya te están diciendo si sabemos qué vamos a comer. La pregunta de si la copa de vino que has pedido la prefieres de rioja o de ribera no te la hacen para no perder tiempo. Ponen el que les da la gana. El primer plato, para compartir, llegó a la mesa de la mano de un jovencito que lo dejó caer en la mesa como el que tira un jersey encima de la cama al llegar a casa. Ni pedimos cordero ni pedimos cochinillo, que parece que es lo que piden todos, pero lo que trajeron estaba más bien duro, burdamente recalentado y quemado, con una lechuga oxidada, debido al tiempo que hacía desde que la habían cortado, y sin ninguna gracia para que cobraran 23 € por uno y 19 € por el otro. Hasta el café era malo. Todo ello servido con desgana y en un rincón rodeado agobiantemente de mesas.
Este sitio ni siquiera se puede calificar de comedero, sino de sacaperras caro y descarado. El pobre comensal al que le asocien una mesa en la planta baja no podrá comer con calma y soportará tanto la entrada constante de personas como la temperatura que se cuela por la puerta sin piedad. En cualquier minúsculo espacio que esté libre te sitúan una mesa y te clavan. Salimos pitando de allí en cuanto pudimos, pero para nunca más volver.
Días pasados comentamos la obra de Juan Muñoz Con la corda alla bocca, que puede contemplarse en la exposición que la Comunidad de Madrid organiza en la sala Alcalá 31, de Madrid. Hoy vamos a comentar la denominada Plaza. Esta obra pertenece al Kunstsammlung K21, de Düsseldorf, y no ha vuelto a verse en España desde que el artista la creara para la exposición que tuvo lugar en el Palacio de Velázquez, en Madrid, en 1996.
Está formada por veintisiete personajes, todos ellos con rasgos orientales. Posiblemente esto sea para que, como suele ocurrir en occidente, nos parezca que son todos iguales. Todos van vestidos de manera similar. Todos se ríen, aunque no se sabe de qué. Todos hablan, pero no se oye nada. No se trata de un conjunto de seres humanos concretos, sino del ser humano. Creo que se trata del ser humano contemporáneo, el que, aunque no lo queramos reconocer ni hablemos de ello, está una vez más perdido en una profunda crisis existencial. Este ser humano actual, que no acierta a conjugar sus enormes deseos de individualidad con sus necesidades de socialidad, que quiere relacionarse con los demás, pero que tantas veces el intento no llega más allá de unas risas superficiales, que a la vez quiere crear una sociedad, pero que huye de ella en cuanto puede, que cree que el ser humano no se va haciendo a lo largo de la vida, sino que ya es lo que es y no tiene que buscar nada más.
Ninguno de los personajes tiene pies. ¿Qué quiere decir esto? Quizás que no se pueden mover, que están anclados física e intelectualmente en lo mismo, en lo de siempre, sin posibilidad de salir de ahí.
Todos se relacionan entre sí, pero ¿cómo es esta relación? De nuevo creo que aparece aquí la ética. Lo que debería ser un criterio básico y profundo para establecer relaciones sociales lo disfrazamos de economía, de sociología, de política, o huimos descaradamente de hacernos estos planteamientos hacia territorios menos problemáticos y más agradables.
Para que el espectador pueda hacer estas reflexiones u otras, Juan Muñoz nos ofrece una serie de figuras que se expresan a su manera ante el espectador, pero dejando fuera a éste. Es una Plaza en la que no puede entrar, en la que ocurren cosas, pero siendo él ajeno a todo ello. Esta es una técnica de distanciamiento creativo que funciona como una provocación para el espectador. A este no le permiten pasear entre los personajes, no puede acercarse demasiado a ellos. El acercamiento debe ser mental, intelectual. Debe pensar para entender. El hecho de que esto hoy sea un difícil asunto no hace más que mostrar la profunda crisis humana en la que vivimos, de la que nadie habla y que tanto disfrazamos con las más variadas ocurrencias.
La exposición puede verse de martes a sábado de 11.00 a 20:30 h., y los domingos de 11:00 a 14:00 h. Estará abierta hasta el 11 de junio. El 17 de junio se abrirá en el Centro de Arte Dos de Mayo, en Móstoles, la segunda parte de la exposición, en esta ocasión titulada con un verso de T.S. Eliot, En la hora violeta.
Me parece muy interesante la lectura del artículo de Ianko López, Juan Muñoz: reivindicación del artista madrileño que el mundo amó, aparecido en El País del 8 de febrero de 2023. https://elpais.com/eps/2023-02-08/juan-munoz-el-artista-que-veia-el-futuro.html
También este otro de Ángela Molina, titulado Juan Muñoz, templo del silencio, aparecido en el mismo perióidico el 3 de julio de 2015. https://elpais.com/elpais/2015/06/05/eps/1433509094_873815.html#?rel=mas
No busco lo nuevo por ser nuevo: voy buscando lo mejor, y lo mejor puede que sea nuevo.
Si le cierro la puerta a lo nuevo, yo mismo me condeno a no descubrir lo mejor.
La primera clave está en cerrarle o no la puerta a lo nuevo, si cerrar la mente o mantenerla abierta.
La segunda clave es justificar con algún argumento que lo nuevo es mejor que lo antiguo.
Buena parte de la educación democrática consiste en entrenarse en estas labores.
Tal día como hoy de 1994 murió Charles Bukowski, autor de
La senda del perdedor.
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Hay un plano institucional, oficial, partidista y mediático. En él ciertas personas dicen y hacen lo que le parece más conveniente, con mejores o peores argumentos. Es un plano importante, del que no debemos dimitir, porque sus consecuencias las sufrimos todos.
Hay otro plano más directo, el de la vida cotidiana, más cercano, que es igualmente importante. En él se puede hacer lo que nos dejen hacer las leyes. Pero, con independencia de las leyes, me parece que como ciudadanos y como ciudadanas debemos actuar de manera igualitaria, cuidando nuestro lenguaje, nuestras acciones y las consecuencias de ambos. Si el respeto, la igualdad o la libertad no se notan en lo que hacemos y decimos, en cierto modo da igual lo que digan las leyes. No hay nada más ridículo que un machista practicante echándole la culpa de lo que ocurre a quienes defienden la igualdad de derechos.
Hoy es 8 de marzo, el 8M, el Día Internacional de la Mujer. No es un día de fiesta. También es ridículo, por el grado de despiste y de ignorancia que manifiesta, eso de “Feliz día de la mujer”. Hoy no es un día de fiesta, sino de reivindicación. Las mujeres son tan seres humanos como los hombres. Las mujeres tienen los mismos derechos que los hombres. Cualquier discriminación, cualquier gracieta simplona en contra de las mujeres o cualquier privilegio en favor de los hombres deben ser recriminados allá donde se produzcan.
Las leyes las hacen los parlamentarios que cada uno de nosotros votamos. En ese sentido vienen de arriba abajo. Pero hay otro elemento necesario, además de las leyes, que es la conducta de los ciudadanos, que va de abajo arriba. Esa la tenemos que cuidar cada uno de nosotros y en ella debe mostrarse nuestra buena educación, nuestro sentido de la convivencia en común y, como debemos reivindicar hoy, la idea práctica de la igualdad de derechos entre hombres y mujeres.
Juan Muñoz era un artista español nacido en 1953 y fallecido en 2001. Aunque se dedicó a varias facetas del arte, su actividad más conocida es la de la escultura. También por este motivo es conocida su mujer, Cristina Iglesias, autora de la imponente puerta de entrada del edificio de ampliación del Museo del Prado.
En 2009 el Museo Reina Sofía realizó una enorme exposición de la obra de Juan Muñoz. En ella pudimos contemplar buena parte de la obra de este gran artista, llena de teatralidad, de misterio, que crea una peculiar comunicación con el espectador y que reintroduce el figurativismo en la escultura. Ahora, y hasta el 11 de junio, la madrileña sala Alcalá 31 ofrece una colección de sus últimas obras titulada Todo lo que veo me sobrevivirá. Algunas, como la denominada Plaza, no vistas en España desde la exposición de 1996 en el Palacio de Velázquez, en Madrid, para la que fue creada.
Quiero detenerme brevemente en la obra de 1997, titulada Con la corda alla bocca (Con la cuerda en la boca), que aparece en la fotografía. Se trata de un homenaje que el artista hizo a la trapecista que Edgar Degas pintara en 1879 en su obra Mademoiselle La La au cirque Fernando.
La obra de Muñoz tiene, en general, un cierto aire de tristeza y de dramatismo. La que comentamos puede parecer, desde lejos, la representación de un ahorcado expuesto a la visión del público. Pero, vista de cerca, observamos una cuerda que pende del techo, en cuyo extremo una persona cuelga en el aire mordiendo con su boca la cuerda.
Una obra de arte es un acto de comunicación abierta, que comienza en lo que realiza el artista, posiblemente con una intención determinada, y termina en la interpretación personal y vital que hace cada espectador. Es una de las grandezas del arte: que un mismo objeto puede dar lugar a infinitas interpretaciones, todas las que pueden ofrecer quienes lo contemplan.
Creo que nuestra vida es la resultante, por un lado, de unas condiciones externas. Es como si tuviéramos un cuerpo exterior al nuestro que influyera en nosotros tanto como el de carne y hueso que portamos cada día. Esas condiciones externas están representadas por la cuerda. La cuerda puede romperse, de golpe o poco a poco, o puede mantenerse así durante mucho tiempo. Nuestra vida dependerá de eso. Luego está nuestro propio cuerpo físico, que tiene una fuerza limitada para mantenerse unido a la cuerda durante un tiempo. Y también está nuestra mente, que toma la decisión de estar en esa postura, como hace con todas las situaciones que vivimos a lo largo del día. Si uno de los tres elementos falla, el cuerpo cae y la vida se destroza. La fragilidad existencial que muestra la escultura de Juan Muñoz es la misma que tenemos nosotros cotidianamente y que debería llevarnos a pensar con intensidad que hay que vivir la vida, cada instante de la vida, como si fuera el último de la vida, porque la cuerda puede romperse en cualquier momento, las fuerzas pueden fallar o nuestras decisiones pueden ser erróneas. El fantasma de la muerte habita detrás de cada una de las situaciones que vivimos. Por eso hay que hartarse de vivir a cada momento, y construir nuestra vida como cada uno crea que debe construirla, en medio de los otros, con los otros y estableciendo con los otros la relación que creamos más racional y humana. Ahí es donde en una vida humana debe entrar la ética. La obra de Juan Muñoz la veo en el fondo como una invitación a la ética.
Tengo la impresión de que nos torean más de la cuenta. También tengo la impresión de que unos toreros son gentes con intereses personales privados y otros son pobres gentes dotadas de mentes peculiares que creen que se van a salvar si le lamen el culo al jefe, al jefecillo, al que le grita un poco o a quien le da una propinilla. Torear es castigar al toro y engañarlo con unos trapos para obligarlo a que vaya por donde quiere el torero y no por donde quiere él. Quienes nos torean hoy no usan trapos, sino mentiras, bulos, sentencias raras, amenazas, errores voluntarios que parecen involuntarios, insistencias crueles, tergiversaciones burdas y repentinos cambios de opinión.
Hay muchos toros humanos actuales a quienes no les importa que los toreen. Dicen que se lo hacen a todos y cosas por el estilo. Otros no se enteran de que les están toreando, porque es posible que estén demasiado ocupados con sus propios toreos o porque estén en otros mundos. Lo más duro lo tienen los que se dan cuenta de que los están toreando, no quieren sentirse toreados y reaccionan. Se dan cuenta entonces de que la paciencia debe ser infinita, que la golfería está extendida y se muestra con un desparpajo insolente y que la moda es la insensibilidad y el dolor de cuello de tanto mirar para otro lado. Hay demasiados toreros. Incluso en los sitios más insospechados.
En MasticadoresFEM estamos creando un Vocabulario Feminista que ayude a cualquier persona a entender mejor el feminismo.
Hoy se publica la segunda entrega, la que habla de una interpretación machista del amor que conocemos como amor romántico.
Puedes leerla pulsando aquí.
Andrea Camilleri es un buen autor de novela negra. Vivió entre 1925 y 2019. Fue novelista, guionista y director de cine. Escribió novela policíaca y creó el personaje del comisario Montalbano, en homenaje al escritor español Manuel Vázquez Montalbán. En 2003 publicó El olor de la noche. En su primera página podemos leer esta interesante reflexión:
“Montalbano volvió a acostarse y se permitió el lujo de entonar una elegía a la desaparición de las estaciones intermedias. ¿Qué había sido de ellas? Puede que, arrastradas por el ritmo cada vez más rápido de la existencia humana, también se hubieran acomodado a la nueva situación. Habían entendido que ellas significaban una pausa y por eso habían decidido desaparecer, porque hoy en día no hay lugar para ninguna pausa en esta carrera delirante que se alimenta de infinitivos: nacer, comer, estudiar, follar, producir, zapear, comprar, vender, cagar y morir. Pero unos infinitivos que duran un nanosegundo, un visto y no visto. ¿Acaso hubo un tiempo en que existían otros verbos? Pensar, meditar, escuchar y ¿por qué no?, haraganear, dormitar, divagar... Casi con lágrimas en los ojos, Montalbano recordó las prendas de entretiempo...”
¿Cómo es posible confiar en quien al hablar expresa una seguridad absoluta?
¿Cómo es posible ser consciente de cómo es y cómo está nuestra sociedad y expresar tanta seguridad?
La seguridad absoluta y la mentira deben de estar muy cerca.
Tal día como hoy de 40 d.C. nació Marco Valerio Marcial, autor de los Epigramas.
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No se trata de estar orgulloso de lo que uno ha sido,
porque nadie, aunque quiera, sigue siendo lo que fue;
ni de lo que es,
porque somos la resultante de tantos elementos,
que uno es poca cosa en medio de tanta influencia.
Si uno necesita estar orgulloso,
que mire, en todo caso,
lo que está aprendiendo;
y si quiere asentar más su orgullo,
que se fije en todo lo que desea aún aprender.
El orgullo está más en lo que no se es,
pero se quiere ser,
que en lo que se es o
en lo que se fue.
Tal día como hoy de 1830 Victor Hugo estrenó su obra Hernani en el Théâtre Français de París.
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