La cultura de un pueblo es la forma que
tienen sus habitantes de entender y vivir la vida, los valores que
ponen en práctica y la forma que tienen de relacionarse entre sí.
La cultura se manifiesta en muchos aspectos concretos. La gastronomía
que se practica tanto en los hogares como en los establecimientos
públicos es uno de ellos. Suelo buscar esos detalles allá por donde
voy, y si encuentro algo digno de ser difundido, lo cuento. Es lo que
me ha ocurrido con el bar restaurante La reunión, de
Astorga. Esto es lo que he observado.
Ha aparecido en Astorga un nuevo lugar
de vinos y comidas, en donde estaba el bien recordado bar De
Blas, en la calle San José de Mayo. Se llama La
reunión y está atendido por Gonzalo Mencía y Érica
Barbosa. Su principal característica es que es un bar y
restaurante bueno, muy bueno.
En La reunión nada se
rige por ningún “todo vale”. Allí solo vale lo que está bien
hecho, con cuidado y con calidad. Detrás de cada uno de los muchos
vinos que se ofrecen hay una selección de lo más adecuado de cada
zona vinícola, y detrás de cada plato, una búsqueda exhaustiva de
los mejores ingredientes, una enorme sabiduría culinaria y un
cuidado amoroso en su elaboración, que es lo propio de quienes no se
conforman con hacer algo, sino que quieren hacerlo bien.
En la carta, los embutidos,
particularmente las cecinas, son de una calidad extraordinaria, fruto
de una exploración del mercado, que solo cesó cuando encontraron lo
que querían, a veces, bastante lejos. Destaca la riquísima cecina
de cebón, un manjar poco conocido y difícil de encontrar.
Hay unos cigarrines de pasta
fina con diversos rellenos, bien pensados y bien fritos. Se acompañan
con una rica mayonesa peculiar. Hay en la carta de La reunión
dos o tres platos de fritos, pero siempre aparecen con el color
adecuado, sin ese tono marrón oscuro de cuando se fríe a más de
120º y que revela la existencia de la peligrosa acrilamida. El
aceite lo cambian con frecuencia, lo cual es siempre digno de reconocimiento.
Hacen también un guacamole,
acompañado de totopos para degustarlo con ellos, que acumula
elogios entre quienes lo prueban. Las empanadas, por ejemplo,
de merluza, puerros y setas, o de atún con parrochas, llevan una
finísima masa hecha a la manera gallega. Las ofrecen los fines de
semana o por encargo. Hay que probarlas todas.
Pero quizás la estrella de la carta
sean las croquetas de jamón. Hay grandes cocineros que tienen
las croquetas como uno de los criterios para calificar la cocina de
un bar. Estoy seguro de que las de La reunión
superarían con nota la prueba más exigente. Se necesitan dos días
para elaborarlas y aparecen en la mesa crujientes y con buen color por
fuera, deliciosamente cremosas por dentro y plenas de sabor. Casi
ruego a quienes las prueben que las coman despacio, con la mente
concentrada en la textura y en el gusto, y dispuestos a no perderse
nada de lo que encierra una simple croqueta.
Disponen de dos tartares, uno de
carne y otro de atún. Probamos este último y estaba muy rico. Era
un atún de calidad, con un aliño que no entorpecía, sino que
favorecía el sabor del pescado. Un plato muy sano y gustoso.
De la cocina se encarga Érica, meticulosa y sabia cocinera y experimentada sumiller, y de la barra y
de la sala Gonzalo. La atención es excelente, al ritmo que
imponen los asistentes y con la atención que merecen en un lugar en
donde prima la calidad. Hay vinos de casi todas las regiones,
servidos a buena temperatura y en copas apropiadas. El local no es
muy grande, pero una posible espera merece la pena con creces. Los
precios no son altos, ni mucho menos. Sin duda, La reunión
es un lugar para disfrutar.