Coincidí una vez con el ciudadano
Cristóbal Montoro antes de que fuera ministro en la presente
legislatura. Me pareció entonces un ser maleducado, grosero, uno de
estos seres molestos, de conductas bastas, que tienen por costumbre
usar los espacios públicos como si fueran privados: están en los
restaurantes como si estuvieran en el salón de su casa, van por la
calle como si las aceras fueran pasillos de su propiedad y hacen el
mismo ruido que si estuvieran solos en su inmenso cortijo.
Después de oír lo que como ministro
ha dicho del señor Pujol, otro que tal baila, me confirmo en mi
opinión. Me parece que el señor Montoro ha usado el ministerio
público como si fuera un feudo de su partido. No habló como un
ministro, sino como un miembro del PP. No habló como un hombre de
Estado que ilustra a los ciudadanos sobre lo que deben hacer y lo que
no se puede tolerar, sino que se olvidó de sus Bárcenas y aprovechó
la oportunidad para sacar rédito partidista de su intervención y
destrozar a los Bárcenas de los partidos rivales. Dio así muestra
de su bajeza política, de su escasa catadura moral y de algo que me
está doliendo últimamente: los personajes públicos están dando
demasiados ejemplos de que hay que moverse por intereses privados, de
que hay que usar los cargos, los puestos, las declaraciones y todo lo
que se haga, no por un noble y limpio deseo de servir a la comunidad,
sino porque les viene bien a sus propios intereses particulares.
Tolerando estas conductas y no
reaccionando contra ellas, nos estamos ensuciando la mente y estamos
ensuciando el país.
Buenas tardes.