Miércoles 30 de enero de 2013, a las
20:30 horas. Un grupo de amigos y amigas asistimos a contemplar
Yerma, la gran obra teatral de Federico García
Lorca, dirigida por Miguel Narros y con Silvia Marsó
en el papel protagonista, en el teatro María Guerrero, en Madrid. El
mismo día y a la misma hora se jugaba un partido de fútbol entre el
Real Madrid y el Barcelona, un clásico del deporte y de la
televisión.
Yerma es también un clásico
del teatro, porque todo lo que versa sobre las profundidades de la
vida del ser humano y las relata con belleza es un clásico dentro
del mundo del arte.
La obra trata sobre un tema de
constante actualidad, como es el de la realización de la mujer como
mujer. Lorca propone un modelo de mujer como alguien que quiere amar
y ser amada y que desea materializar ese amor a través
fundamentalmente de la maternidad. Necesita el amor -y a un hijo que
no llega- para que su existencia tenga sentido, para que la alegría
que se desea pueda llegar a ser real y para que pueda sentir en su
vida la ansiada felicidad. Pero, Juan, un marido impuesto por la
familia, es incapaz tanto de amar como de hacer que Yerma pueda
engendrar un hijo. El machismo de Juan es duro, brusco, profundo. No
quiere que Yerma salga a la calle, no quiere que hable con nadie, no
quiere que la vida de su esposa sea humana y le echa en cara el
terrible 'qué dirán' de los pueblos atrasados y rancios. Un
panorama terrible para cualquier mujer, especialmente si sus deseos
carecen de esperanza.
Yerma
está en las peores condiciones posibles para sobrellevar su
existencia, porque es consciente de lo que le ocurre y, además, vive
intensamente las amargas emociones que le produce su conciencia. Ha
pensado sobre su situación y lo ha hecho vitalmente, yéndole en
ello la vida. Ya lo dijo con claridad J.P. Sartre: 'Lo peor
es haber pensado'. La conciencia producida por el pensamiento es
lo único que nos permite el disfrute de lo que nos ocurre, pero
también la vivencia de la tragedia cuando la realidad se torna
adversa y cuando la realización personal se convierte en
frustración. Por eso Yerma va con su Yo -con Y de Yerma- a cuestas,
como una cruz, esperando inútilmente que la realidad sea más justa
con ella.
Lorca escribió esta obra en 1934, en
el contexto histórico y social propio de la época, y la situó en
un ambiente rural, en el que la función social esperable de la mujer
pasaba por la maternidad y, también, por el amor, pero con el peso
enorme de la opinión social determinando la conducta y la vida. Con
esos condicionantes concibió una Yerma que revelaba
perfectamente las aspiraciones vitales de una mujer del momento. Pero
si quisiéramos describir a una Yerma más actual, seguramente le
tendríamos que atribuir unas aspiraciones algo diferentes, porque el
amor, irrenunciable en todo ser humano, hoy se tendría que concretar
en otros aspectos, además del de la maternidad. Es posible que hoy
Yerma fuera más sensible a las igualdades, a la superación de las
diferencias de género, a la vivencia plena de las libertades y a la
eliminación de las discriminaciones.
La puesta en escena de la obra es
peculiar. Miguel Narros, el director, parece haber optado por
potenciar el texto, la frialdad del mensaje dirigido a la razón, en
detrimento de las emociones que las situaciones que viven los
personajes pudieran provocar en el espectador. En mi opinión, este
puede ser el sentido de la forma de dicción que siguen los
personajes, especialmente Yerma, que habla siempre con un volumen
alto de voz, como lanzando al aire sus palabras, como intentando
dotar de claridad a la vivencia que muestra, para ayudar así, no
tanto al sentimiento, sino a la comprensión.
Los decorados son sencillos, pero
eficaces, lluvia en el escenario incluida. Las luces y la música de
Enrique Morente, interpretada por él mismo y, en directo, por
su hija Soleá, perfilan bien el ambiente de la Andalucía
rural en el que la obra se desarrolla.
Tras algo menos de dos horas de
función, salimos del teatro con el mensaje lorquiano y feminista en
la cabeza. Muchos de los hombres y muchas de las mujeres que estaban
aún delante del televisor tenían su Yo convertido en Ego, con una E
de euro en forma de yugo vertical. Nuestro mundo, por desgracia,
necesita huir de la conciencia y refugiarse en divertimentos, aunque
con ello convierta a las personas en entes que están sin ser. Hay
muchas mujeres que no quieren ser la rebelde Yerma y, en cambio,
muchos hombres que quieren ser el machista Juan. Este machismo
ejercido, soportado o asumido es el que hace que Yerma siga
trágicamente vigente hoy.
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