Acompañé a mi amiga María a que le pusieran la segunda dosis de la vacuna Covid. María vive en Alcorcón. La citaron en el Hospital Zendal, a 40 km. de su casa. Esperanza Aguirre dejó su huella llenando la comunidad de Madrid de hospitales. Ahora Ayuso ha querido dejar su recado con el Zendal. Todo lo hacen por el bien de la ciudadanía. Si no, sería una estafa enorme. En efecto, lo mejor para el ciudadano no es vacunarse en su centro de salud, o, si acaso, en su hospital de referencia. No. Lo mejor es o bien perder toda la mañana haciendo transbordos y caminatas hasta llegar al Zendal, o bien gastarse unos euros con el coche haciendo 40 km. de ida (me refiero al trayecto) y otros tantos de vuelta, como si estuviéramos en el tercer mundo. Podría haberse trasladado el personal sanitario, pero seguramente a la empresa privada encargada del asunto le salía más rentable que se trasladaran los ciudadanos. Una riada de coches accediendo al Zendal sin sitios donde aparcar y poniendo contenta la contaminación de Madrid es lo que quería Ayuso. Así, mientras se cabreaban los ciudadanos y veían su obra, no se acordaban del juicio de la Kitchen ni oían las declaraciones del marido de Cospedal.
Una vez llegados al Zendal, había que aparcar. Lo hicimos cerca del campo de fútbol del Real Madrid. Luego anduvimos, que es bueno para la salud, sobre todo, si te obligan a hacerlo. Pasamos por una cola, que no era la que le correspondía a María. Al cuarto de hora de caminata llegamos a otra cola, y esta sí era la suya. Caía un sol de justicia y había que hacer la cola al sol. La cola no andaba. Corría el rumor de que se había caído el sistema de ordenadores. Miré a María y no nos dijimos nada. A ella no debe darle mucho el sol, menos mal que, por si acaso, se había echado una buena dosis de protección. A Ayuso y a sus lumbreras les dio igual que los ciudadanos pasaran un buen rato al sol. A los veinte minutos la cola echó a andar. Yo había encontrado un árbol en medio de aquel campo a medio urbanizar y esperé en la sombra a que María llegara a su destino. Luego dijo que dentro la marcha había ido muy bien. Rápidamente la vacunaron en la larga fila de puestos que había. Los diez minutos posteriores de espera los hizo en una sala con butacas cuyos asientos estaban viciados y hundidos, a pesar del poco tiempo que este edifico lleva abierto.
Mientras esperaba a María, a la sombra de un árbol, observé a una señora que había llegado a la cola y subía la rampa ayudada de dos bastones. A otros los subían en sillas de ruedas. Me preguntaba qué habrían hecho estos pobres para tener que hacer esta peregrinación. Entre las personas que salían, una señora con bastón decía en voz alta que si era necesaria una tercera dosis, ella no repetía el viaje.
Y luego, la vuelta. Otra caminata, otros 40 km y otro recuerdo a quienes han querido que estos despropósitos tercermundistas los suframos los madrileños. Qué mala suerte.