miércoles, 3 de diciembre de 2014

Buenas noches. El codazo


Fotografía de Tomi Osuna

Desde que se sentó, me pareció bastante impresentable. Es posible que estuviera nerviosa por lo que estaba viendo en el escenario: un cuerpo desnudo de mujer. Lo que para los demás eran sonrisas o incluso risas civilizadas, para ella era una risotada estentórea que se clavaba como un puñal en el ambiente que la actriz, Ester Bellver, intentaba crear en la sala haciendo magníficamente su trabajo.

Estaba sentada a mi izquierda. Al llegar, todos nos habíamos quitado los abrigos salvo ella, que llevaba su generosa corpulencia embutida en un plumas. Pronto sonó un teléfono móvil en la sala. Era el de mi vecina de localidad, que se dispuso a buscar el aparato entre los múltiples objetos necesarios que acarreaba en el bolso.
-¿Quién ha sido? -preguntó la actriz, con un gesto a medio camino entre el fastidio por la interrupción y una resignación teñida de sentido del humor.
-He sido yo. Disculpa. -contestó mi vecina.

Con mucha elegancia, la actriz le dedicó unas simpáticas y respetuosas palabras, sin acritud y sin perder los papeles, cuyo mensaje yo, que no tengo el arte exquisito que posee la actriz, hubiese expresado diciendo que por qué no se iba a hacer puñetas con el móvil, que si no entendía que no se puede interrumpir el trabajo de un profesional ni la atención de los espectadores, que en el teatro hay que apagar el móvil y que si no tenía la calidad humana suficiente como para acudir a los sitios públicos sin sentirse como si estuviera en su casa, que no fuera, coño.

La actriz, superada la interrupción, preguntó con mucha naturalidad que por dónde iba, en un alarde de buena comunicación con los espectadores. Le recordamos de qué estaba hablando y siguió, como si nada hubiese ocurrido.

El incidente le debió de producir algún sofoco a mi vecina de localidad porque, al poco tiempo, decidió quitarse el plumas. De nuevo se notó su presencia incordiosa intentando sacar los brazos del plumas y deslizándolo por debajo de su culo hasta que lo pudo depositar en su falda. Después, con la misma espontaneidad que había lucido antes, siguió con sus risotadas, vinieran a cuento o no.

En un momento de la obra, que proponía desde el humor frecuente una reflexión sobre la vida, la actriz hizo un comentario irónico sobre su propio cuerpo. Yo seguía el texto de la actriz y procuraba pensar con ella, pero mi reflexión fue interrumpida otra vez por el verbo potente e incontrolado de mi vecina que, con mucha soltura y en un volumen suficiente para que se oyera en toda la sala, sentenció:
-Anda, que estás cojonuda.

A mí el espectáculo me tenía secuestrado, por lo que yo estaba fuera de mi mundo y respiraba en ese otro que la actriz me estaba proponiendo. Quiero decir que en esos momentos no era del todo dueño de mis actos porque no vivía del todo en mí. Unos quizás digan que fue cosa de la divina providencia. Otros puede que le atribuyan la responsabilidad a la justicia universal. Habrá quien lo entienda como un desahogo impensado o como una explosión metafísica que se apoderó de mi mente y se materializó de repente en mi cuerpo. El caso es que, en cuanto acabó su comentario, le solté a mi más que cansina vecina, de manera automática, refleja, una especie de codazo en su orondo brazo. No fue algo agresivo ni demasiado potente. Más bien como una suave llamada de atención, como un toque inesperado que me había salido irreflexivamente de mis profundas entretelas y que encerraba un mensaje inequívoco:
-¡Cállate ya, joder, que ya está bien!

El efecto fue fulminante. No sé qué pensaría de mí -si es que pensó algo, cosa dudosa-, pero no la volví a oír en toda la función. Al final aplaudimos mucho, todo lo que nos pareció, hasta que la actriz nos dijo que ya estaba bien, que éramos unos exagerados. Yo me levanté y me fui. Luego, recordé el incidente y me puse a escribirlo antes de que se me olvidara. A pesar de mi vecina, la obra, ProtAgonizo, me pareció espléndida. Tienes más información de la función en este blog.

Ester Bellver figura en el reparto de la obra de Eugène Ionesco, Rinoceronte, una obra que creo que no hay que perderse y que mis antiguos alumnos recordarán, porque la citaba en clase. Se podrá ver en el Teatro María Guerrero, de Madrid, del 17 de diciembre de 2014 al 8 de febrero de 2015. Puedes ver más información sobre esta obra aquí.

Buenas noches.





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