Esta mañana he recibido una llamada
telefónica de la Compañía de Gas Natural Preventiva. Tras
preguntar por mí, una señorita me ha leído un texto informándome
de que mañana -así, de un día para otro- se pasaría por casa un
técnico, del que me iba a dar su nombre y no sé qué más, para
efectuar la revisión obligatoria de la caldera y del resto de
aparatos que tuviera. Me aclaraba, además, que no tenía que pagar
nada en el momento, sino que el importe me lo pasarían por el banco. La he
interrumpido diciéndole que eso me lo iba a hacer la empresa oficial otro día, según
me informaron por escrito hace meses, y que yo no tenía ese servicio
contratado con su compañía. Muy contrariada me dijo que ya recibiría
una carta y que tuviera un buen día.
Esta señorita era una pobre víctima
del sistema, que hace que haya personas que tengan que dedicarse a
estas deplorables labores para subsistir. Lo que me parece
impresentable -y debería ser ampliamente censurado, si los
ciudadanos supieran algo más del mundo en el que viven- son las
maniobras de este capitalismo salvaje y agresivo que padecemos. Vas
por la calle y tienes que sortear al tipo que te informa de dónde te
puedes tomar una copa, o dónde puedes comer, o dónde puedes vender
oro o dónde puedes hacer una donación. Vas en el autobús y no
puedes ver el paisaje porque han colocado una propaganda en la
ventanilla vendiendo cursos o viviendas. Estás en casa y por
teléfono te ofrecen a horas intempestivas cambios de compañías
telefónicas o, como en este caso, servicios que tú no has pedido,
haciéndote ver erróneamente que son obligatorios, cuando lo que te
hacen es una revisión previa por la que te cobran un ojo de la cara.
Una vez tuve que aguantar en la puerta
de casa a un jovencito, vestido con chaqueta y corbata, que le
sentaban como a mí me sentaría un traje de bailarín de ballet clásico, que decía que
la empresa de electricidad me tenía que devolver un dinero que me
había cobrado de más, y que le enseñase un recibo porque tenía
que comprobar unos datos. Era otro timo. Necesitaban saber un número
que aparece en los recibos, con el que pueden cambiarte de compañía
sin que tú lo sepas. Como estaba enterado de la maniobra, le dije
que el recibo no se lo enseñaba y que le regalaba a él el dinero
que la empresa me quería devolver. Me puso, por encima de la
corbata, una cara de enfado grande y rojo y le cerré la puerta. Han
intentado más veces la misma jugada, pero ya ni les abro la puerta
de la calle.
Este capitalismo voraz y codicioso se
está volviendo agresivo, molesto y demasiado inmoral. A ver si llega
pronto -que no llegará- el momento en que los ciudadanos tomen algo
de conciencia y estos tipos sin escrúpulos cambian de rumbo.
Buenas
noches.
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