De vez en cuando se sumergía en una soledad querida, buscada.
Allí abrazaba el silencio, la ausencia de cualquier deseo, la nada interior, el abandono de toda iniciativa.
Una vez hecho uno con el silencio, escuchaba.
Las voces de los otros, aunque ausentes, surgían claras.
Se oía también la voz del aire, del mundo, de la vida.
En el silencio todo brillaba más, sin que ese brillo se debiera a acicalamientos artificiales.
Luego volvía a la realidad con una visión más diáfana y más consciente de su papel en el mundo.
Buenos días.
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