Me
dijo que antes, cuando su mente era más ingenua, porque había visto
poco y pensado menos, sonreía más. Su gesto habitual era el de la
sonrisa. Luego la vida le fue mostrando todas sus caras y su mente
fue entendiendo más cómo era la condición humana. En la misma
medida en que crecía ese conocimiento, su sonrisa se fue matizando
con un rictus de tristeza. Viéndome más joven que él, me pidió
que, por mucha maldad que observara en el mundo, por mucho
sufrimiento sin remedio del que tuviera noticia, hiciera todo el
esfuerzo posible por no perder la sonrisa.
Buenos días.
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