Hubo un tiempo en el que muchas personas tenían la suficiente madurez como para ponerse límites, sobre todo, a lo que se podía decir y hacer. Y si no, había personas e instituciones con suficiente autoridad como para procurar que se los pusieran. No eran unos límites muy argumentados ni muy justificados racionalmente, pero eran límites que frenaban el animal silvestre que llevamos dentro. Esos límites ayudaban a que una relativa tranquilidad se palpara en la sociedad.
Pero las personas dejaron de considerar el pensamiento como lo fundamental de sus vidas y las autoridades se fueron alejando de los ciudadanos, o viceversa. Sus vidas concretas fueron discurriendo cada vez con menos límites. Creyeron absurdamente que en eso consistía la libertad, y se encontraron con un mundo de brutos, en el que todo vale y en donde la racionalidad y los deseables límites racionales parecen más bien un imposible.
Buenos días.
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