Cada
cual sabe lo que son unas manos bonitas.
Las manos, quizá por su
propia estructura, ofrecen muchas posibilidades para que se muestre
en ellas la belleza: la longitud de los dedos, la forma de las uñas,
la tersura de la piel o la ligereza de los nudillos.
Pero, como en
todo lo bello, el tiempo, esa suave e inexorable brisa que nos empuja
a todos hacia donde él desea, se ceba en ellas.
En el tiempo las
manos conservan siempre su belleza, pero cada día más como en un
recuerdo, como invitando a que imaginemos lo que fueron a partir de
lo que vemos.
Las
manos van mostrando también lo mejor de la vida de la persona a
quien pertenecen, sobre todo, si esa vida ha transcurrido llena de
amor y de cariño.
En la forma de las manos van quedando las huellas
de las caricias con las que han obsequiado a quienes han querido.
Cada día las manos se van adaptando a esas otras manos que le
acompañan en la vida, se van moldeando para compenetrarse con ellas.
Su textura va dejando de ser la de la suavidad de una piel joven,
para convertirse en la de una piel cálida, acostumbrada a mostrar el
cariño con el suave movimiento acariciante de los dedos o con la
generosa presión de estos sobre los del acompañante.
Las manos de
la persona amada terminan siendo parte de nuestra propia piel,
sentimos su discurso, notamos sus peticiones, sus deseos o sus dudas.
A veces las manos dicen más que las palabras que salen de la boca.
Buenos días.
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