Las mentes menos evolucionadas siempre han pensado que las cosas son como son, y que lo son eternamente.
Para ellos, el cambio es una muestra de debilidad y de poca consistencia.
Desconfían de quienes cambian e intentan que los demás desconfíen también.
De lo que no se dan cuenta los que defienden estas actitudes inmovilistas es de que protestan de los cambios que les vienen mal a ellos, los que les van a hacer ganar menos dinero o los que les van a exigir algún esfuerzo en la familia o en el trabajo.
No miran que esos cambios pueden traer el bien a muchas personas, sino solo atienden a sus propios intereses.
No protestan, por ejemplo, de los cambios en medicina que mejoran los tratamientos, ni de los cambios en política que mejoran su situación económica, sino de los que no les interesan a ellos.
Tampoco ven que una opinión va siempre ligada a las circunstancias de un momento, a la coyuntura, y que cuando cambian estas, lo normal es cambiar de opinión.
Y no suelen ir contra un cambio concreto, sino contra quien produce ese cambio, al que intentan descalificar porque cambia.
Ya lo dijo Heráclito de Éfeso con solo mirar la realidad: “Todo cambia. Nada permanece”.
Buenos días.
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