miércoles, 5 de marzo de 2014

Que no tengo cara, que tengo cutis.




He encontrado este artículo que escribí hace 9 años para una revista que editaba una perfumería. Lo pongo aquí por si le divierte a alguien. Hay que estar muy desocupado para escribir estas cosas.

QUE NO TENGO CARA, QUE TENGO CUTIS

Soy otro. La providencia divina o quizá un molesto escozor en la cara, fruto de un afeitado hecho de cualquier manera, me condujeron la pasada primavera a la Perfumería Oriental, en el madrileño Postigo de San Martín. Allí me encontré ante la amabilidad y la sabiduría estética encarnadas en la persona de Ana. Después de un breve intercambio de datos y de opiniones, Ana me lanzó en mitad de la existencia el siguiente juicio fatal:

- “Es usted un antiguo”.

Cuando se dio cuenta de que yo encajaba el mensaje con enorme desconcierto, se explicó:

- “Los antiguos sólo se preocupan de si los demás tienen la cara dura o no y de lo molesto que resulta el afeitado en la propia cara. Algunos incluso se preguntan si la dureza de la cara les afecta también a ellos mismos y, sobre todo, si se les nota, pero son los menos. Un moderno, en cambio, sabe que la preocupación no se debe dirigir a la dureza de la cara, sino a las arrugas. Y a usted se le está empezando a arrugar la cara. Debería modernizarse y preocuparse por su cutis, porque está envejeciendo”.

Vejez y cutis. La tragedia del discurrir de la vida resumida en una frase que alguien a quien acabo de conocer me suelta en el mostrador de una perfumería. La arruga como el gran enemigo a batir. Y el cutis. Ahora resulta que yo no tengo cara, sino que tengo cutis. ¡Qué golpe tan tremendo cuando lo más cercano se descubre como una novedad! El cutis. El trozo de piel más representativo de todo mi ser lo tengo que cuidar porque se me está estropeando. Tanto tiempo preocupándome por los placeres del momento, incluso por el cuidado de la mente, y resulta que el futuro y la vida dependen también de la piel. Y si no reacciono pronto, ¿qué pensarán en clase mis alumnos dentro de nada, cuando detecten mis arrugas y, con la cruda naturalidad que muestran a veces, se les ocurra decir, por ejemplo, “Profe, que estás ya viejo”? Ni deseo una vida así ni estoy preparado para ello.

Ana, aquella experta en cremas y lociones, me había dejado pasmado porque no sólo había sabido concentrar en una frase el paso brutal de la ética a la estética, sino porque había sabido poner delante de mí un espejo, como se le hace a los amigos, para que me viera en él como soy, con un cutis y con arrugas.

Cuando pude reponerme de tan profunda revelación, lo primero que hice fue apear a Ana del tratamiento de usted. Me di cuenta enseguida de que estos asuntos hay que tratarlos de tú a tú, cara y cara y de mujer a hombre. Le dije con una mirada de necesidad que me parece que no pude disimular que volvería a verla en breve.

Me puse a buscar información que pudiera venirme bien para el cutis y me enteré de que la piel del hombre es un 20% más gruesa que la de la mujer, que contiene mayor cantidad de elastina y de colágeno, que las glándulas sebáceas masculinas producen mayor cantidad de grasa y que por eso suele ser una piel más brillante, que el sudor del hombre es más ácido que el de la mujer, que el hombre tiene la piel más firme, que envejece más tarde, pero que lo hace de una manera enormemente brusca, y que el afeitado diario es una verdadera agresión para el cutis.

Se apoderaron de mí la preocupación, la angustia, el sentimiento de culpa por todo el tiempo perdido en el pasado sin prever lo que podía ocurrir, la sensación de no ser verdaderamente un ser humano, sino un tipo descuidado que se va estropeando solo, como se estropean las manzanas en el frutero, sin que nadie les haga nada. Con toda esta tragedia existencial en la cabeza me fui a ver de nuevo a Ana.

Me convencí de que para ser moderno y para tener un cutis bien cuidado es absolutamente necesario usar una serie de productos creados gracias a las investigaciones tecnológicas más recientes. Tan necesarios son que no sería descabellado defender que desgravaran a la hora de hacer la Declaración de la Renta. Esta absoluta necesidad, junto con la infinita bondad que poseen y las maravillas que producen, son las que probablemente justifiquen –no puede tener otra explicación- los precios que tienen. En todo caso, la sonrisa de Ana, su extrema amabilidad y la sabiduría que revela en sus explicaciones hacen que te olvides fácilmente de los precios y que te concentres en lo que verdaderamente importa: el cutis, la estética y la salud.

Desde que conocí a Ana, sigo al pie de la letra sus consejos porque sé que en ello va la calidad de mi vida en el futuro, así como un poquito de la satisfacción de los que me rodean. En cuanto me levanto siento la necesidad imperiosa de limpiarme la piel y me apresuro a hacerlo con un gozo insospechado hasta ahora. Me voy a la ducha y me froto suavemente el cuerpo con Ab Rescue Body Sculping Gel. Además de sus fantásticas propiedades higiénicas, este producto te ayuda a conseguir unos abdominales definidos y a tensar, reafirmar, tonificar y suavizar la piel gracias a la glucosamina acetílica y a un complejo antioxidante que trabaja en las zonas en donde se acumula la grasa.

Para el cutis y el cuello, Ana me ha recomendado vivamente el Nettoyant Visage, un gel espumoso purificante que deja la piel limpia y fresca y muy bien preparada para el momento cumbre del afeitado. Una o dos veces por semana me aplico, en lugar del anterior, el Exfoliant Visage, un estupendo gel de microesferas blancas desincrustantes y pulientes que elimina tanto las células muertas como el aspecto apagado de la tez. Ana me ha prometido que me regalará una muestra de Défatigant Visage, que es un producto sensacional porque permite hacer trampas al minimizar las marcas del estrés y del cansancio y lograr que parezcas que estás en forma. Seguro que lo probaré.

Después de la ducha viene el momento más delicado de la mañana: el afeitado. Es fundamental realizarlo a primeras horas porque es el momento en el que los músculos faciales y la piel están más relajados. Conviene hacerlo después de la ducha y de haberse aplicado un tónico sin alcohol. Yo uso el Profesional Anti-Fatigue Express, de la gama Germaine, de Capuccini for Men. El proceso de afeitado es menester empezarlo humedeciéndose muy bien la cara con abundante agua caliente para que se dilaten los poros. Luego, hay que aplicarse unas gotitas de Huile de Rasage Shave Ease, que incrementa una barbaridad la eficacia y la facilidad del afeitado. A continuación hay que impregnarse bien la cara con Rasage Idéal, un gel espumoso sin alcohol, para que la hoja de afeitar se deslice perfectamente y evite las molestas irritaciones que suele producir el afeitado. La maquinilla ha tenido que estar en el agua caliente que se ha depositado en el lavabo y que va a permitir afeitarse con el grifo cerrado, para evitar el gasto excesivo e inútil de agua. Una vez acabado el afeitado, hay que secarse la cara con mucho cuidado y mucha suavidad y aplicarse a continuación un poco de Gel Hydratant, que es ultrafresco y ligero, a la vez que reafirmante e hidratante. Este gel proporciona dinamismo y, gracias a que posee auxinas de girasol y extracto de mourera fluviatis, protege la piel de la contaminación. Otros días opto por el Baume Hydratant, un bálsamo que es un verdadero baño de bienestar, sin sensación de grasa, que favorece la cicatrización de los microcortes y modera el crecimiento de la barba. El último toque es el que aporta el Anti-Rides Intégral, un espléndido tratamiento antienvejecimiento para los hombres activos que asocia el efecto alisante del extracto de ciruela con la acción antiarrugas continua del alga Ao Nori, produciendo un efecto remodelante, regenerante, suavizante y estimulante.

Antes de aplicarme el Antiperspirant Deo, que controla la transpiración sin bloquearla y que no contiene el odioso alcohol, me extiendo con la yema de los dedos y con sumo cuidado una pizca de Sérum Contour des Yeux para evitar las ojeras y las bolsas en los ojos.

En todo este plan de remodelación humana y de cuidado personal no podía faltar el toque imprescindible de Marisa, una peluquera excepcional que sabe adornar y congeniar tu personalidad con el corte de pelo adecuado, todo ello realizado con una soltura, un diseño y un sentido del humor exquisitos. También recibo los cuidados de Mariló, una masajista que atesora en sus manos un arte más propio de ángeles dulces que de seres humanos.

Desde que sigo todo este tratamiento me siento otro. Observo que algunas personas me miran y les noto como un cierto rictus de satisfacción, a la vez que de intriga, como diciendo “¡qué bien!, pero ¿qué será lo que le hace estar tan bien?” Tengo la sensación de que me sonríen más, de que me quieren más. Yo mismo me quiero más. Es mi renacimiento.

El poeta francés Paul Valery expresó en una ocasión una de las ideas más fascinantes, más realistas y más trascendentales para la vida que se hayan dicho nunca: “Lo más profundo que hay en el hombre es la piel”. No quiero ni pensar lo que se le hubiera ocurrido decir si hubiese deslizado un solo dedo por un cutis cuidado y mimado por esa musa de la sabiduría postmoderna que es Ana.


Pero, ¡por todos los santos del cielo! ¡qué horror! ¡Virgen del amor hermoso! ¡Señor de los espacios infinitos! ¡que Dios nos asista! ¿qué hago yo ahora?: ¡Acabo de encontrarme una arruga en el alma!

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