martes, 9 de abril de 2013

Buenas noches. Murió José Luis Sampedro




Cada día tiene sus noticias positivas (aunque a veces sea difícil encontrarlas) y sus novedades negativas (éstas sí que no fallan). Hoy hemos tenido el infortunio de enterarnos de que José Luis Sampedro había muerto el domingo.

Siempre me pareció Sampedro un hombre al que había que escuchar, una de esas mentes preclaras, con los ojos bien abiertos y las neuronas convenientemente organizadas como para que sus palabras ayudaran a entender el presente y a ver venir el futuro.

Tuve la suerte de conocerlo personalmente a mediados de los años 80. Un grupo de profesores del instituto en el que yo estaba destinado teníamos la convicción de que los alumnos tenían que saber mucha lengua y muchas matemáticas, pero que también tenían que aprender a vivir. Como el director del instituto no ponía inconveniente y el jefe de estudios era yo, nos pusimos manos a la obra y llevamos allí a personas que pudieran decirles cosas interesantes a los alumnos. Que yo recuerde, llevamos a Jaime Chávarri, director de cine, y al pintor Manuel Alcorlo (¡Cómo te reconozco todo lo que hiciste, Teresa Vidaechea!). A José Luis Sampedro lo llamé yo, porque alguien me dio su teléfono, y vino sin hacerse en absoluto de rogar.

Recuerdo con claridad que la única condición que puso fue que lo fuéramos a buscar a su casa, puesto que él no conducía (en eso también le copié). Fuimos a recogerlo en el coche de Beatriz González (¡Ah, si aparecieras!). Detrás íbamos Yolanda y yo. Él vivía entonces en la calle de la Reina, en Madrid, y le dejamos, claro está, el puesto del copiloto, dado que el coche no era demasiado grande. Nada más entrar él, nos presentamos y lo primero que hizo fue pedirnos que, si nos parecía bien, nos tratáramos de tú. Si ya estábamos bastante acogotados por llevar en el coche a una persona de la valía de Sampedro, su propuesta nos dejó ya del todo desconcertados, pero lógicamente le hicimos caso. Con ello logró un estilo de comunicación que nos resultó a todos muy valioso.

Ninguno sabíamos de qué nos iba a hablar en la charla con los alumnos. “De la vida” le decíamos a los que preguntaban. Yo lo presenté diciendo que era un chaval joven, porque así lo mostraba su mente, y pude ver una sonrisa cómplice en su rostro y unas caras de sorpresa en la concurrencia, que no entendía cómo me refería yo con esos términos a una persona que entonces tendría más de sesenta años. Pero lo entendieron enseguida. En cuanto tomó la palabra, lo primero que hizo Sampedro fue preguntar de qué querían los oyentes que les hablara, porque a lo que no estaba dispuesto es a ponerse a hablar una hora o más de cosas que no tuviera ningún interés para la concurrencia. El auditorio se desconcertó, pero con la ayuda del propio Sampedro y de alguno que rompió el hielo, salieron ocho o diez temas sobre los que había interés entre los asistentes. Él, entonces, pidió unos minutos para hilvanar su discurso y nos obsequió con una charla sabia, amena, útil, humana y que respondía a lo que la gente le había pedido. Recuerdo todavía la satisfacción con la que la gente salió de aquel acto. Por supuesto, no cobró nada por echar la tarde con nosotros.

Muchas frases circulan últimamente por las redes mostrando lo que pensaba José Luis Sampedro. Yo quiero recordar hoy algo que me dijo, que luego leí en algún texto suyo y que me marcó como profesor.

“La enseñanza -afirmaba- no es más que amor y provocación”

Y lo explicaba diciendo que si no se ama a los alumnos no se puede hacer con ellos nada que les beneficie. ¿Cómo te vas a dedicar a ellos, cómo vas a explicarles algo hasta que lo entiendan, si no los quieres? Sin amor no sale bien nada. Pero, además, a los alumnos hay que provocarlos, hay que abrirles los ojos, hay que plantearles un problema con claridad, para que lo vean. Lo sientan y se den cuenta de que necesitan resolverlo. Sólo entonces se pondrán a buscar la solución y harán suya la situación. Ponerse a explicar cosas que les resbalan a los alumnos es perder el tiempo. A mí esta idea me llegó muy dentro y durante toda mi actividad como profesor he intentado ponerla en práctica. Hoy estoy convencido de que no sólo la enseñanza, sino la vida -ese camino que consiste en estar aprendiendo constantemente- no es otra cosa que amor y provocación.

Ahora yo, víctima de la tristeza por la desaparición de José Luis Sampedro y de esa angustia vital que te proporciona la maldita y absurda presencia de la muerte en la vida, no quiero decirle que descanse en paz. Los muertos ni se cansan ni descansan. Lo que sí deseo es que su pensamiento siga vivo en el mundo, para que con él no descansemos nosotros y para que nunca estemos en esa paz cercana a la muerte, sino en la guerra de los vivos por la libertad y por la igualdad, como quería él, como hizo él.

Hoy estamos algo más solos, pero que no falte el cariño para todos. Buenas noches.

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