2 de diciembre de 2016
Eran débiles y les gustaba el poder. No vieron otra manera de vivir sus contradicciones que practicar el amiguismo. Creían que sólo ellos tenían la verdad y el derecho pleno a existir. Los demás, mientras los aceptaran y les apoyaran en sus juicios y en sus caprichos, podrían sentirse seguros. Fueron creando un grupo aparentemente cohesionado, pero aislado de quienes tenían criterio, de quienes eran más fuertes, de quienes tenían más razones. Hacían mucho daño, pero no lo sabían. Hacían mucho el ridículo, pero tampoco tenían conciencia de ello. Aunque transigieran con su estilo, nadie, salvo ellos, los valoraba positivamente, pero tampoco se daban cuenta. Estaban solos, pero, como sólo se miraban a sí mismos, se sentían acompañados y seguros. Pasó el tiempo y se quedaron en la soledad de los idiotas, de los que están fuera. Hicieron intentos por salir de su núcleo para que los demás los reconocieran, pero fracasaron. Estuvieron toda la vida fraguando su aislamiento y terminaron solos. Eran unos estúpidos suicidas, pero nunca cayeron en la cuenta.