En una dictadura los ciudadanos cumplen
las normas porque desde fuera le obligan a hacerlo. Les gusten o no
las normas, quieran o no quieran cumplirlas, no tienen más
alternativa que hacerlo si no quieren que caiga sobre ellos el peso
de la autoridad dictatorial.
En una democracia los ciudadanos
cumplen las normas por convencimiento. No es que desde fuera les
obliguen a cumplirlas, sino que se sienten parte de una colectividad
y entienden que para que el grupo funcione todos deben cumplir una
serie de reglas. Ello implica que les tienen que explicar la
racionalidad de esas normas, el porqué deben seguirse, porque solo
así podrán convencerse y cumplirlas de buen grado.
Esto implica, por una parte, que en una
democracia al ciudadano hay que explicarle con argumentos racionales,
y no con tonterías, por qué debe seguir ciertas normas. Y, por
otra, que el ciudadano adopte una actitud democrática y no
dictatorial, es decir, que ponga de su parte lo necesario para
procurar entender, que no crea que solo vale lo que él piensa y que
sea capaz de escuchar críticamente, pero escuchar, a quien sabe y a
quien tiene responsabilidad en el gobierno de la sociedad.