Fotografía tomada de es.noticias
El PP es un partido oscuro, integrado
por gente habitualmente oscura y que se manifiesta, a pesar de que
sus integrantes suelen vanagloriarse de tener las ideas muy claras,
de forma bastante oscura. El PP y sus miembros nos tienen, por otra
parte, acostumbrados a la mentira, a las medias verdades y a las
contradicciones entre el decir y el hacer.
Por eso, cuando Esperanza Aguirre
sorprende a la ciudadanía con el anuncio de su dimisión, uno se lo
cree, pero, en realidad, se deja enseguida impregnar por el potente
perfume de la sospecha: ¿Y por qué? ¿Y para qué? Ella misma,
haciendo gala de esta esencial oscuridad pepera, ha ocultado en sus
declaraciones la verdadera causa de su decisión, hablando de
cansancio y de cuestiones personales.
Sabemos que ha padecido un cáncer del
que fue tratada sin someterse a ninguna lista de espera y con unos
resultados espectaculares. Parece ser que el próximo martes tiene
una revisión prevista, lo cual pone, en principio, muy en entredicho
que la causa sea una recaída en la enfermedad, aunque cualquiera
sabe.
Dice que está cansada y que por eso se
va. Yo también estoy cansado. La inmensa mayoría de los
trabajadores de este país, en donde muchos de ellos sufren las
consecuencias de las políticas de Aguirre y de su corte de
recortadores, están cansados, pero no pueden permitirse el lujo de
irse. Me fastidia enormemente que haya políticos, que ejercen su
actividad de forma profesional, aunque cuando les interesa proclaman
que no lo son -serán entonces meros aficionados-, digan que se van
porque están cansados. Aunque algunos estábamos convencidos de que
en las últimas elecciones al Ayuntamiento de Madrid, aunque votaran
a Gallardón, estaban votando sin saberlo a Botella, es verdad que lo
de la retirada de Aguirre no entraba en las previsiones. El caso es
que por las conveniencias personales de los que salieron elegidos, ni
el alcalde ni la presidenta de la Comunidad están en sus puestos.
Esto no me parece serio porque fácilmente puede interpretarse como
un fraude a los electores y como una utilización particular de los
ciudadanos que acuden a votar: si me interesa, me quedo y si no me
interesa, me voy. Seguramente que en los próximos días podremos
conocer alguna que otra sorprendente novedad como fruto del ansia de
poder de Esperanza Aguirre y de sus socios.
Yo tengo una discreta alegría por la
desaparición de la primera línea política de esta señora. Sólo
es discreta porque, a pesar de que yo la considero un caso claro de
maldad en muchos sentidos, deja en su puesto a uno que ha sido criado
políticamente en sus pechos y a un equipo de gente insensible e
interesada, capaz de seguir ejerciendo las atroces políticas
neoliberales. Si esta dimisión es por causa de su salud, lo lamento
mucho, porque no le deseo una enfermedad grave a nadie. Pero la
sospecha me lleva a pensar en jugadas a más largo plazo. No sé si
esta injustificada desaparición podrá ser un quitarse de en medio
ante la hecatombe que se avecina o el prólogo de una futura
reaparición para afrontar tareas más altas.
Lo que me apetece decirle a la señora
Aguirre, contando con la escasa información que nos ha dado a los
ciudadanos, es que se deje de historias y que cumpla con el mandato
de las urnas. Nadie se va de la fábrica por cansancio. Su deber es
el de agotar la legislatura y convocar luego unas elecciones. Lo
demás son privilegios.