Yo no soy rico, ni mucho menos, pero tampoco tengo excesivos problemas económicos. Tengo la mayoría de las necesidades básicas cubiertas y, respecto de las otras, me privo de algunas y gozo con otras, como creo que le ocurre a mucha gente. Digamos que vivo de una manera relativamente aceptable.
En vista de lo cual, podría aspirar a que mi situación –la mía- fuera mejor, por ejemplo, con menos impuestos, con algún que otro privilegio, con más servicios privados, alguno de los cuales podría pagar, y con algo más de distancia respecto del sistema común de vida. Podría intentar que el dinero público se invirtiese en lo que yo frecuento, que lo privado prevaleciese sobre lo público, que hubiera menos políticas sociales y que la libertad se considerara infinitamente más importante que la igualdad. Podría, en definitiva, ser de derechas.
Sin embargo, no soy de derechas ni quiero serlo. Entiendo que la vida no es algo que me pase a mí, ni siquiera a los míos, sino a todos. Creo que todos somos diferentes, pero que todos somos iguales, que todos tenemos los mismos derechos. Considero que el mundo no debe ser de los despabilados capaces de obtener beneficios explotando de cualquier manera a los demás. Estoy de acuerdo en que hay que repartir lo que hay y en que hay que compensar las desigualdades que genera el sistema capitalista en el que estamos por ahora. Me parece bien que la ciudad y la Naturaleza sean de todos y que todos podamos gozar civilizadamente de la cultura y de las artes. Estoy convencido de que hay que hacer lo necesario para que todos podamos tener una educación de calidad que nos permita ser ciudadanos y no sólo individuos. Defiendo que la libertad es un gran valor necesario, pero que la igualdad debe estar por encima de ella. Intento, por tanto, ser de izquierdas.
Por eso me duele, me da rabia, que yo, que no tengo necesidad material de ser de izquierdas, lo sea, y otros, que viven mal, que siendo pobres viven como si fueran nuevos ricos, que si miran su vida, no ven cómo juegan con ellos, que han sido anestesiados sin que se hayan dado cuenta y sin que hayan hecho nunca nada por despertar, que estos, que deberían ser de izquierdas, aunque sólo fuera porque debería interesarles a ellos mismos, voten a la derecha, aplaudan a sus explotadores y ensalcen a los que obtienen beneficios a su costa. Y, en cambio, yo, renunciando a lo que me podría venir bien, les apoyo.
Hay ahí una brecha intelectual, vital, política que no acabo de comprender. Quizás sea que la moral a mí me puede y a otros les resbala. O puede que sea el sueño, ese sueño tan presente, que no se quita ni durmiendo ni soñando.