La abracé. Nos abrazamos. Sus brazos
rodearon mi cuello y los míos se afincaron en su cintura mientras
mis manos acariciaban su espalda con la suave fuerza que da el cariño
mezclado a partes iguales con la alegría. Podría parecer que yo la
acaparaba, que la tomaba para mí por un instante. Nada más lejos de
la realidad. Es otro el lenguaje del cariño. Los brazos simbolizan
mi mundo y con ellos marco los límites de mi realidad. Abrazarla
significa invitarla a que se introduzca en el interior de mi mundo y
a hacerlo con la ilusión y las ganas con las que la atraigo hacia
mí. Aquí dentro es acogida si ella quiere. Aquí puede encontrar
refugio, una discreta seguridad, el cariño que sea posible y la
compañía vital que necesite. Lo mismo que yo entre sus brazos. Mi abrazo la invita a formar parte de
mi vida. El cuerpo, al fin y al cabo, no es más que el símbolo
visible de toda una vida invisible en la que estamos sumergidos. Un
abrazo, en donde dos cuerpos se juntan y se hablan en silencio, no es
más que la materialización de una vivencia común, de una amistad,
de un compartir, de una disponibilidad, de un considerar importante a
la persona abrazada, de una donación, de un ofrecimiento. Dos
cuerpos que, como si fueran dos labios, se juntan un momento para
darle un beso a la vida. Nos abrazamos y nos dimos una buena
porción de vida. Buenas noches.
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