miércoles, 16 de octubre de 2013

Buenas noches. Recuerdos





Hacer la cama es un coñazo enorme: vueltas y vueltas sobre el mismo lugar con el único objetivo de que no queden arrugas. Es absurdo, pero cuando hay que hacerlo, lo hago. Poner el lavaplatos es una especie de pequeño puzzle, en el que se unen el diseño y la justicia distributiva y en el que hay que tener un cuidado muy especial con los cuchillos, que son una seria amenaza para las manos. Hacerlo después de comer le añade bastante incordio al asunto. Al terminar de ponerlo hoy, he vuelto la mirada hacia la encimera vacía y no sé por qué me he acordado de mi abuela.

Cuando yo era chico (en mi casa éramos chicos; en otros lugares los niños eran pequeños), a veces me quedaba a comer en casa de mi abuela. No había lavaplatos, claro, y todo se lavaba a mano. Al final, entre mi abuela, una asistenta que siempre estaba por allí y alguna de mis tías, aquello quedaba como los chorros del oro (no como lo dejo yo). Como siempre he sido muy observador, veía esta faena -que aquellas mujeres, sin la menor conciencia feminista, creían que era su labor natural- como el final del ciclo de la mañana, que había empezado con la compra, el hacer la comida, la paulatina llegada de los familiares y el ir y venir de todos.

Después de comer empezaba otro ciclo. Salvo mi abuelo, que se echaba solo un rato y se iba pronto, allí no recuerdo que durmiera la siesta nadie. Enseguida comenzaba el plan de por la tarde, que consistía en arreglar cajones o armarios, coser calcetines, desgranar guisantes, regar las plantas o hacer alguna labor no habitual. Yo, cuando no me encargaban el asunto de los guisantes, me dedicaba a leer el periódico, a ver qué había hecho De Gaulle aquél día. Recuerdo que me explotaban un poco, porque a veces me llevaban a una mercería que tenía mi abuelo (allí le decían un 'refino') y, con 4 o 5 años -yo ya sabía leer a esa edad-, me ponían a leer el Diario de Cádiz, un periódico en formato sábana, de más de 60 cm. de alto, que me tapaba casi entero. Otros días me llevaban a despachar a un estanco, tras un mostrador al que casi no llegaba.

El caso es que, quizás porque no había televisión o porque la vida se veía de otra manera, había cosas que hacer durante todo el día, lo cual era una paliza, sobre todo, para las mujeres, pues los hombres, después de trabajar se iban al bar, al casino o a pasear por ahí. Aquellos días eran largos para mí, pero intensos, llenos de actividad y de vida. Lo que no sé es por qué me he acordado de esto hoy después de poner el lavaplatos.

Te sugiero que te acuerdes también de algo agradable hoy antes de dormir, para que una sonrisa se te instale en la mente y te abandones a la suave reparación del sueño. Buenas noches.

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