“O bien arriesgarse, encontrar o dar forma a las raíces de uno, arrancar al espacio el lugar que será el nuestro, construir, plantar, apropiarse milímetro a milímetro de la propia casa; pertenecer por en tero a nuestro pueblo, saber que uno es de la región de Cevennes o de Poitou.
O bien no llevar más que lo puesto, no guardar nada, vivir en un hotel y cambiar a menudo de hotel y de ciudad y de país, hablar, leer indiferentemente cuatro o cinco lenguas; no sentirse en casa en ninguna parte, pero sentirse bien casi en todos los sitios.”
La alternativa la resume el propio Vila-Matas de la siguiente manera:
“En definitiva, ir con los nietos a recoger moras por los angostos caminos nacionalistas o viajar y perder países, perderlos todos viajando en los trenes iluminados del mundo nocturno, ser extranjero siempre.”
Ser extranjero siempre y en todas partes. A veces, hasta en tu propia casa. Este es el precio de la independencia cuando no quieres venderte a ningún localismo ni a ningún provincialismo ni a ningún nacionalismo. Cuando no quieres venderte a nadie, sino regalarte a quien te dé la gana. Es la soledad creativa del eterno extranjero.
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