domingo, 3 de agosto de 2008

Llegan las coplas del 13 de agosto

Cuando era pequeño, en los Carnavales, me gustaba ir a escuchar cantar a las chirigotas, que ponían en solfa a cualquier personaje o a cualquier suceso que hubiera ocurrido. Luego, procuraba hacerme con unos libretos que vendían y en los que figuraban las letras de lo que cantaban. Esos libretos se conocían como “las coplas” y así eran pregonados por alguno de los chirigoteros.

En las coplas aparecía el mundo de cada chirigota, su peculiar visión de la realidad, el resumen de su interpretación de la vida, lo principal de lo que había pasado aquel año.



Hoy me imagino mi biografía como una larga retahíla de coplas, hincadas una detrás de otra en la arena lisa de la playa, como si estuvieran archivadas y formaran una línea recta y horrorosamente larga que, en mi caso, comenzó un 13 de agosto.

Te pones de frente a la hilera de coplas y sólo ves la del último día, el presente. Pero si tuerces un poco la cabeza y miras de reojo, ves los lomos de los libretos, los recuerdos de los días, y observas tantos que sientes una cierta satisfacción por todas las vivencias encerradas allí. Después, si vas tomando distancia y te vas separando de la larga cinta de coplas, compruebas cómo cada uno de los libretos se va confundiendo con el siguiente y terminan configurando una línea uniforme que posiblemente acabe en una lejanía brutal. Y cuando esto ocurre, tantas coplas juntas pierden su carácter festivo y se convierten en un principio de tragedia que no anuncia ningún final feliz.

Durante muchos años nos hemos consolado contando las coplas, agrupando los libretos en años y numerándolos. Dichosa manía la de contar, la de reducir la vida a cifras, como si unos dígitos fueran lo más representativo de la existencia. La funesta manía de pesar y de medir, una vez más, intentando sustituir a la vida.

No es lo mismo un año que la vida vivida o malvivida o gozada o maltratada en un año. Ni es lo mismo tampoco que lo que se ha aprendido o se ha crecido en ese tiempo.

Dentro poco vendrá el día 13 y con él otra vez el maldito número siguiente a intentar que el fin de la vida me marque otro gol, a procurar convencerme de que no todos los días son iguales, de que algunos de ellos, como los indicadores de los kilómetros en las carreteras, son hasta de otro color. Pero yo sé que un día es igual que el siguiente porque ambos, y todos, hay que conquistarlos y vivirlos y llenarlos, sea cual sea el numerito con el que vengan a cuestas.

Procuraré ese día sentarme delante del último libreto y escribir la copla correspondiente al día, intentando, como siempre, que el resultado sea lo más satisfactorio posible.


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