En este precioso mundo en el que
vivimos, tan rebosante de racionalidad y de buen vivir para todos los
ciudadanos (incluidos mujeres, niños, refugiados, enfermos, víctimas
y todos los demás) y tan lleno de valores humanos, sobresale una
actitud un tanto tosca, injusta e irrespetuosa, que, al parecer,
puede resultar muy rentable para algunos. Se trata del arte de
vender. Se vende todo: cosas, ideas, mentes, órganos, puestos de
trabajo y todo lo que se ponga por delante. Incluso vale venderse,
aunque sea por poco dinero y destrozándose el futuro.
Estoy haciendo un pequeño trabajo
sobre las fobias. Se me ocurrió poner en el buscador “fobias” y,
ante mi sorpresa, lo primero que me apareció fue la oferta de una
empresa muy conocida, que te lleva a casa rápidamente lo que le
pidas y que está acabando con el pequeño comercio. La tal empresa
internacional decía que también vendía fobias. Probé luego con
bulos... y también vendía bulos. A precios bajos, añadía. Y el
uranio enriquecido de baja radiación también era objeto de negocio.
Lo pongo aquí como anécdota y para favorecer la desconfianza sobre
lo que aparece en las redes sociales y en cualquier medio de
comunicación barato. Estamos en la era de la normalización impune
del disparate. Todo vale.