Estamos viviendo una invasión de falsos sabios. Nadie habla de ellos: son ellos quienes hablan sin parar.
Un falso sabio es aquel que se deja llevar por sus intereses, por sus fobias o sus filias, por sus traumas o por el estado de su ego, pero sin que sus palabras vayan acompañadas de una lógica racional indispensable. En su lugar usan vicios lógicos, mecanismos que rechazará quien esté acostumbrado a un uso de la razón que todos puedan admitir.
Por ejemplo, son muchos quienes usan la inducción incompleta, aquella que de unos muy pocos casos observables, obtiene una norma general. Si alguien va a Andalucía, habla con dos andaluces graciosos (sea lo que sea esto de ser gracioso) y de esta observación induce que los andaluces son todos graciosos, estará efectuando una inducción incompleta. Incluso puede que algún andaluz avispado que lo oiga dude mucho de quien hable así. O, en el caso de los ladrones, no es lo mismo llamar ladrón a alguien que ha robado una vez, aunque no se sepan la circunstancias en las que ocurrió el robo, que llamárselo a quien roba sistemáticamente y hace de ello su estilo de vida. O, también puede ser, que no se lo llame a este último.
El falso sabio hace también un uso frecuente de mecanismos como el de la simplificación, o de la generalización, de la descalificación del otro, en lugar de rebatir sus argumentos con otros argumentos, del doble sentido y de los malintencionados sofismas, que buscan convencer con falsedades.
Estos vicios lógicos, junto al deseo de llevar la razón como sea, porque eso es lo que necesitan sus egos o sus intereses, hace que los falsos sabios se refugien en la lamentable norma neoliberal que dice que “Todo vale”.
Hay que estar muy atentos y descubrir a estos falsos sabios, que afloran tanto en televisiones como en bares, en periódicos como en tribunas civiles y religiosas, y que pronto se diferencian de la cordura de sus colegas más sensatos. Hay que guardar mucho silencio ante ellos para sobrevivir.