Iba yo a comprar el pan cuando una señora, de mediana edad y que resultó ser de la Edad Media, aguantaba desde dentro la puerta de entrada a la panadería, como si en algún momento fuera a salir. Vio que yo quería entrar y soltó la manija, pero no se quitó de la puerta, por lo que me fue un poco difícil acceder al interior. Ya dentro pude oír que le estaba contando al panadero que en Europa las cosas iban muy bien, pero que, en cambio, aquí en España no hacíamos otra cosa que pagar impuestos. Como la afirmación me pareció propia de una persona mal informada (no sé qué haría si viviera en los países nórdicos) y tendenciosa, le dije:
-Perdone, señora, ¿prefiere usted no pagar ni un euro de impuestos, pero renunciando a tener sanidad pública gratuita, educación pública gratuita, a pasar con su coche por toda carretera que esté asfaltada, a transitar de noche por cualquier calle que esté iluminada, a usar el agua del grifo o la electricidad, a comprar cualquier cosa, a poder tirar la basura al contenedor, a todas las mejoras que se hagan en su ciudad y a tener una pensión cuando se jubile?
La señora me miró con unos ojillos que se le querían salir de sus órbitas, apretó las mandíbulas, con los labios puso cara de asco o de odio, no sé, salió de la panadería y se despidió dando un sonoro portazo.
Me quedé sin saber si en realidad quería pagar impuestos o no.