Conviene que cada uno tengamos nuestras propias ideas, racionalmente argumentadas, dialogadas y confrontadas con quienes no piensan como nosotros. Pero nuestras ideas, por ser nuestras, no deben ser consideradas las únicas posibles, ni las que todo el mundo debe tener, ni, mucho menos, las definitivas. Estas peligrosas aspiraciones se derivan de esa educación cercana al fascismo que se nos coló en la escuela y en la familia por muchos resquicios. Tan importante como tener ideas argumentadas y debatidas es mantenerse abierto a lo nuevo, a lo diferente. Estas son las mayores fuentes de riqueza que nos propone la vida, pero también las ocasiones de recobrar la frescura, la alegría y la esperanza. Solo hay que tomar una precaución: lo nuevo, por ser nuevo, no vale nada. Mientras no lo pasemos por el filtro de la razón y sepamos descubrir en ello la nueva idea válida, que mejora las que ya teníamos, lo nuevo no será nada más que algo nuevo, pero no necesariamente bueno.