Pasaron los años. Un día se dio cuenta de que había estado siendo engañado desde el principio. El partido que le interesaba -porque le habían enseñado a odiar a los otros- le había estado ocultando la realidad y, en su lugar, le había mostrado unas milongas inventadas, unas mentiras fabricadas en beneficio exclusivo de los dirigentes del propio partido. Le habían estado utilizando a través de la televisión, de casi toda la prensa y de casi toda la radio, como quien utiliza una herramienta o adoctrina a un esclavo. Él había aceptado porque, en su ignorancia, se había creído que los adversarios -que el veía como enemigos-, en lugar de mejorar sus condiciones de vida, que era lo que hacían, le iban a traer todas las desgracias posibles. Cuando cayó en la cuenta de que había sido un don nadie en manos de los ricos que dirigían la operación, entró en escena su orgullo y se negó a reconocerlo. En lugar de buscar información sana y ajustada a los hechos, comenzó a mirar para otro lado y a decir que total todos eran iguales, aunque él ya sabía que no era así. La tristeza se apoderó de sus días y la soledad lo encerró en su propia cárcel.
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