
Alguien decía que había tres tipos de conversaciones: las que tienen quienes quieren que se termine (o se empiece) hablando de su yo, las de quienes se dedican a soltar anécdotas graciosas, sobre todo las suyas, y las de quienes prefieren hablar de ideas.
Reconozco que me gustan más las de este último tipo, porque terminan siendo las más útiles para crecer en la vida, pero me es difícil encontrar interlocutores que no se aburran con ellas. Lo llevo con resignación.
Esto me hace considerar que en este mundo abunda la gente mentalmente chata, quizá a su pesar, soldada a la resolución de sus problemas inmediatos, que son vitales para estas personas, sin ninguna claraboya por la que se atisbe una luz de algún color distinto de los habituales, sin algo que pueda convertirse en una fuente, aunque sea pequeña, de esperanza en algo mejor, un poco mejor, o, al menos, diferente.
El sistema económico en el que nos han metido, este capitalismo salvaje y deshumanizador, tiene efectos mentales adversos, uno de los cuales es la necesidad constante de sobrevivir en un mundo que nos impide crecer como seres humanos.
Si vas en el metro o en el autobús a las primeras o las últimas horas del día, lo que observas son cuerpos cansados, caras ajenas al bienestar, actitudes más cercanas a la monotonía y al hartazgo que a otra cosa. Si entras a media tarde en un bar es posible que te encuentres al mismo camarero que servía desayunos por la mañana. No se le ve la cadena atada al tobillo ni el látigo, pero los tiene. Si vas al teatro y la obra se pone crítica, verás que quienes viven bien y no quieren ver nada de la vida de los otros se levantan y se van. Si hablas de igualdad o de libertad, o se duerme el interlocutor o te suelta un disparate que pretende invalidar lo que dices, a pesar de que así se tire piedras sobre sus propio tejado.
El sistema hace difícil que cada persona tenga un ratito al día para sí mismo, para pensar en cómo está viviendo, en lo que convendría que hiciera, en la posible manera de mejorar su vida, en el sentido real de lo que está haciendo. Un rato de tranquilidad, de silencio, de reflexión, seguramente nos haría despertar y ver el mundo en el que estamos arrojados. Y solo se puede conocer y comprender lo que se ve, aquello de lo que se tiene alguna experiencia. Dormido no se ve nada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Puedes expresar aquí tu opinión.