Se acerca el fin del año 2018, unos días escoltados por las fiestas religiosas y comerciales de la Navidad y de Reyes que no me interesan.
Todos los días son iguales, incluso el 31 de diciembre y el 1 de enero, y, sin embargo, no son tan iguales. No podemos vivir de forma que dos días cualesquiera sean iguales. Cada día tiene que ser una aventura distinta, con un plan propio, unas ganas crecientes de vivir y un deseo pertinaz de que el mundo sea algo mejor, más vivible, más humano.
No existen los años, ni los días ni el tiempo. Estas no son más que maneras de medir la realidad, de poder situar antes o después lo que nos pasa. El fin de año es, por tanto, un invento, un tope ficticio que nos pone delante el calendario y que nosotros aprovechamos para hacer fiesta.
Para lo único que me sirve a mí el fin de año es para recordarme que todo se acaba, los años, los días y la vida, y que, de momento, después de un día viene otro y que tras un año aparece otro nuevo. Pero intento fijarme en que todo lo que pasa, desde un minuto hasta una vida, hay que vivirlo con intensidad y con alegría, sabiendo lo que se está viviendo en cada situación, y volcando en ese vivir todos los valores que queremos hacer realidad. Los días se acaban, los años terminan, pero antes de que lo hagan tenemos que conseguir una vida más humana cada día. Buena vida para ti y para todos.