Juan Muñoz era un artista español nacido en 1953 y fallecido en 2001. Aunque se dedicó a varias facetas del arte, su actividad más conocida es la de la escultura. También por este motivo es conocida su mujer, Cristina Iglesias, autora de la imponente puerta de entrada del edificio de ampliación del Museo del Prado.
En 2009 el Museo Reina Sofía realizó una enorme exposición de la obra de Juan Muñoz. En ella pudimos contemplar buena parte de la obra de este gran artista, llena de teatralidad, de misterio, que crea una peculiar comunicación con el espectador y que reintroduce el figurativismo en la escultura. Ahora, y hasta el 11 de junio, la madrileña sala Alcalá 31 ofrece una colección de sus últimas obras titulada Todo lo que veo me sobrevivirá. Algunas, como la denominada Plaza, no vistas en España desde la exposición de 1996 en el Palacio de Velázquez, en Madrid, para la que fue creada.
Quiero detenerme brevemente en la obra de 1997, titulada Con la corda alla bocca (Con la cuerda en la boca), que aparece en la fotografía. Se trata de un homenaje que el artista hizo a la trapecista que Edgar Degas pintara en 1879 en su obra Mademoiselle La La au cirque Fernando.
La obra de Muñoz tiene, en general, un cierto aire de tristeza y de dramatismo. La que comentamos puede parecer, desde lejos, la representación de un ahorcado expuesto a la visión del público. Pero, vista de cerca, observamos una cuerda que pende del techo, en cuyo extremo una persona cuelga en el aire mordiendo con su boca la cuerda.
Una obra de arte es un acto de comunicación abierta, que comienza en lo que realiza el artista, posiblemente con una intención determinada, y termina en la interpretación personal y vital que hace cada espectador. Es una de las grandezas del arte: que un mismo objeto puede dar lugar a infinitas interpretaciones, todas las que pueden ofrecer quienes lo contemplan.
Relato aquí lo que me produjo a mí esta obra. A ti, lector, si vas a verla, es posible que te diga otra cosa. Yo vi una representación de la vida cotidiana de cada uno de nosotros, no de lo que hacemos concretamente en cada momento, sino de lo que significa nuestra situación vital en el mundo en el que estamos, de nuestra vida y de nuestra muerte. Aviso aquí a quienes no les guste pensar en estas cosas, sobre todo en la muerte, para que puedan dejar de leer esto en cualquier momento.Creo que nuestra vida es la resultante, por un lado, de unas condiciones externas. Es como si tuviéramos un cuerpo exterior al nuestro que influyera en nosotros tanto como el de carne y hueso que portamos cada día. Esas condiciones externas están representadas por la cuerda. La cuerda puede romperse, de golpe o poco a poco, o puede mantenerse así durante mucho tiempo. Nuestra vida dependerá de eso. Luego está nuestro propio cuerpo físico, que tiene una fuerza limitada para mantenerse unido a la cuerda durante un tiempo. Y también está nuestra mente, que toma la decisión de estar en esa postura, como hace con todas las situaciones que vivimos a lo largo del día. Si uno de los tres elementos falla, el cuerpo cae y la vida se destroza. La fragilidad existencial que muestra la escultura de Juan Muñoz es la misma que tenemos nosotros cotidianamente y que debería llevarnos a pensar con intensidad que hay que vivir la vida, cada instante de la vida, como si fuera el último de la vida, porque la cuerda puede romperse en cualquier momento, las fuerzas pueden fallar o nuestras decisiones pueden ser erróneas. El fantasma de la muerte habita detrás de cada una de las situaciones que vivimos. Por eso hay que hartarse de vivir a cada momento, y construir nuestra vida como cada uno crea que debe construirla, en medio de los otros, con los otros y estableciendo con los otros la relación que creamos más racional y humana. Ahí es donde en una vida humana debe entrar la ética. La obra de Juan Muñoz la veo en el fondo como una invitación a la ética.